Epecuén, un viaje a las ruinas de sal

EPECUEN.- El viento frío que llega desde el lago arranca la mata patagónica y la hace rodar. La mata debe de ser lo único que crece entre los escombros y los árboles petrificados por la sal, que se adhirió a todas las cosas y raspa. En las ruinas, sólo quedan unas pocas construcciones en pie, con las ventanas vacías, las paredes descascaradas, los pisos blandos y elevados por los sedimentos que dejó el lago. "A la familia no le gusta que yo viva acá", dice Pablo Novak, el último habitante de Epecuén, que fue la villa turística de Carhué hasta que, hace ya casi 26 años, la inundación hizo crecer el lago hasta tapar las calles y los autos, los jardines y las casas. Todo."Mientras pueda andar, me quedo -continúa Novak-. En la ciudad qué voy a hacer. Sentarme atrás del televisor. Acá hacho leña; tengo los recuerdos y los animales." Así que Novak piensa quedarse en estas ruinas. Igual que el anciano de anteojos con montura de acero y ropa polvorienta que durante la Guerra Civil española se encontró con Hemingway y se quedó en el puente.La madrugada del 10 de noviembre de 1985, el terraplén que protegía la villa, situada 550 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires, se desmoronó por la acción de la sudestada. El lago empezó a avanzar sobre las calles. Algunos levantaron unas paredes de 50 centímetros en las aberturas de las puertas para evitar que entrara el agua. Todavía se ven esos pequeños e inútiles muros. "Un viento como el de hoy reventó el terraplén. El agua tardó 16 días hasta que tapó todo. Después apenas se veían los techos más altos", cuenta Novak.El anciano dice que nació aquí, el 25 de enero de 1930. Su padre, un ucraniano llamado Onofre, se había instalado en la villa en el año 24, después de firmar un contrato para hacer los tres millones de ladrillos con los que luego se construyó el asilo de huérfanos. Así que don Onofre rentó un campo, montó el horno de ladrillos y se mudó allí con su mujer, Paulina, con la que tendría diez hijos."Yo soy el tercero. Antes de trabajar en el horno, cuando era más chico, vendía huevos y pollo, o trabajaba en algún circo que venía? Ese era el colegio. El colegio se hizo cuando yo tenía cuatro meses", dice Novak, y señala lo que queda de la Escuela N° 17.Más adelante se detiene frente a los restos de un chalet en el que ahora retumba el aleteo de las aves y que aún conserva, a su lado, el esqueleto de una glorieta. Todo es blanco, gris o pardo, como huesos viejos y sucios. "El dueño del chalet era el del...

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