La verdadera grieta está en otro lado

La pobreza intelectual y el cinismo de parte de la clase política está causando estragos en la vida de las democracias occidentales. Estos líderes ponen en primer plano una disputa entre izquierdas y derechas, cuando la tensión que determina la naturaleza agonal y confrontativa de la política actual pasa por otro vector: el grado de apego a las reglas de convivencia de la democracia republicana. Están aquellos que, con los claroscuros propios de la imperfección humana, tienden a asumir o aceptar esos valores, que se traducen en la división de poderes, el respeto al que piensa distinto y la alternancia en el gobierno. Del otro lado están aquellos que se inclinan, con mayor o menor decisión, a lo contrario: el autoritarismo, la anulación del adversario y el poder eterno. Esta lucha entre república y populismo se da, claro, en el escenario de desigualdad que dejó la vieja disputa entre izquierda y derecha, una ventaja para los populistas. Pero conviene no olvidar que la mayoría de los que ahora se definen como progresistas están muy lejos de aquella vieja socialdemocracia del siglo pasado cuyos valores hoy se extrañan.Por todo esto da pena el modo en que la crisis de Bolivia se convirtió, en estas tierras, en una nueva ocasión para profundizar el equívoco. Una vez más, la ideología mal entendida puso el foco en el lugar errado y lo corrió del asunto que en verdad importa: las conductas humanas. Es lícito y razonable -aunque discutible- sostener que lo de Bolivia fue un golpe de Estado. Pero resulta necio o cínico cerrar los ojos a lo evidente: el propio Evo Morales había quebrantado antes la ley en perjuicio de ese pueblo que desde su cargo de presidente debía representar. Y no una, sino varias veces. Para conservar el poder a perpetuidad, desoyó un referéndum en el que los bolivianos le habían dicho que no a su ambición de un cuarto mandato. Y burló el resultado de esa decisión popular gracias a un tribunal adicto que con un ardid le allanó el camino a las urnas. Después, ante la evidencia de que los votos no lo acampañaban, intentó el fraude. Ahora, victimizado, dice desde México: "Si mi pueblo lo pide, estamos dispuestos a volver". Pero Evo no quiere oír lo que su pueblo le pide. Y menos considerar que su aspiración vitalicia ha sido causa necesaria de la crisis gravísima en la que se sumió el país. La autocrítica no es una virtud de los populistas. Pensemos en Trump. En Bolsonaro. En Cristina Kirchner.A ese delirio de...

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