Una velada teatral en Sicilia, en 1910

En la columna del pasado 12 de mayo, titulada "El espejo mágico de los actores", evocamos a los legendarios hermanos Sitwell -Edith, la poeta, Osbert y Sacheverell, escritores ambos-, de la más antigua nobleza británica, famosos por excéntricos y como animadores de la escena cultural de su país en los locos años 20 del siglo pasado. En el tercer tomo de sus caudalosas memorias (cinco volúmenes), Osbert describe una velada teatral en Taormina (Sicilia) a la que asistieron él y Edith, allá por 1910, y que vale la pena reproducir porque algunos de sus rasgos fueron heredados por la escena argentina, tan influida en esos años por el aporte peninsular.Las representaciones se hacían, cuenta Osbert, en "una gran iglesia desafectada, que había sido alquilada por Grasso, un gran actor, primo del más conocido y mayor que él, Giovanni, que antes de la Primera Guerra solía actuar en Londres. Los Grasso eran una célebre familia teatral y este robusto joven siciliano, con algo del físico de Charles Laughton, creo que ha sido, con la única excepción del bajo ruso Fiodor Chaliapin, el más grande actor que yo haya visto jamás. Desde un asiento en la primera fila, solía verlo todas las noches. El recinto estaba siempre colmado de espectadores varones. Ninguna mujer siciliana apareció jamás en la sala y cuando mi hermana me acompañó, hubo que ocultarla casi en un palco improvisado. El público se componía mayormente de campesinos: hora tras hora esta gente sencilla se sentaba allí, mientras Grasso los transportaba a un mundo donde existían casi todas las pasiones posibles"."Primero, a las seis en punto, había un espectáculo breve, después venía el drama o la tragedia, que empezaba a las siete y media y duraba hasta las once...

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