Veinte años después, Roma evoca a Tognazzi

Para los más jóvenes, será difícil imaginar que hubo un tiempo en que el cine italiano -sus films, sus estrellas, sus directores- era tanto o más popular aquí que lo que procedía de Hollywood. Sin embargo, así era, y no hablamos sólo del profundo interés que despertaban las obras de los grandes cineastas surgidos con el neorrealismo o algo después y que apasionaban especialmente a los cinéfilos -De Sica, Rossellini, Visconti, Fellini, Antonioni, Pasolini, Bolognini, Francesco Rosi, Ettore Scola, Bertolucci-, o de las despampanantes estrellas cuya sola presencia aseguraba la inmediata repercusión de una película -Gina Lollobrigida, Sophia Loren, Silvana Mangano, Claudia Cardinale-, sino también de la época de la commedia all´italiana, inaugurada con el máximo ingenio por Los desconocidos de siempre (Mario Monicelli, 1958), y seguida por infinidad de títulos -algunos más memorables que otros- en los que brillaban algunos reyes de la comedia: Vittorio Gassman, Alberto Sordi, Nino Manfredi, Ugo Tognazzi, Totò...

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