El valor del aporte individual

Esa tarde, Jorge y Néstor, los profesores, me había elegido capitán de uno de los cuatro equipos del campeonato de fútbol exprés que se organizaban en las horas de Educación Física, y como había ganado al pan y queso tenía el derecho de empezar a reclutar a los compañeros que serían parte de mi escuadra. Esta historia transcurre en la primavera de 1990. Yo tenía once años, y en la competencia participábamos los chiquilines de quinto, mis compañeros de sexto y los grandotes de séptimo.El mejor deportista de la escuela se llamaba Ernesto Chalabe y no solo era habilidoso, tenía un físico imponente. Bah, así lo veíamos nosotros: como una especie de topadora. Además, lógico, era el más canchero de su división. Era casi cantado que el equipo para el que jugara, tendría la victoria asegurada. Así que tenía sentido que si te tocaba ser capitán, y tenías a todos y cada uno de los jugadores a disposición para armar tu propio plantel, lo eligieras a él antes que a nadie.Sin embargo, yo empecé por otro pibe de séptimo: Diego Barg. Era bastante petiso, tenía unos rulos que ahora recuerdo levemente maradonianos y, aunque jugaba bien a la pelota, no había modo de compararlo con Ernesto. Todavía me acuerdo de su cara de desconcierto, de decepción y de su mirada casi incriminatoria cuando lo elegí a él antes que a nadie. "¿Te volviste loco? ¿Cómo no arrancaste con Chalabe?". Mi decisión, según recuerdo, no había sido azarosa. Yo sabía que si lo elegía a Chalabe, teníamos el campeonato casi asegurado. Pero también sabía que Chalabe era bastante morfón, que quizás se la pasaba a alguno de sus amigos de séptimo, pero que a mi no me iba a dar ningún pase.Si lo elegía, le aseguraba el campeonato a mi equipo, pero me garantizaba una tarde aburrida. Diego, en cambio, era de los que pasaba la pelota. Era habilidoso, pero generoso. Jugaba conmigo y con todos sus compañeros.En ese momento, mi universo futbolístico se dividía entre los que me pasaban y los que no me pasaban la pelota. Para nuestro equipo jugó, también, Juanito Orúe, que años después se transformaría en un querido y admirado colega. No me acuerdo cómo se completó el plantel, pero pese a todos los pronósticos justificadamente agoreros, ganamos ese mini-campeonato. Quizás haya sido porque Chalabe tuvo una mala tarde, o no era tan invencible como lo idealizábamos. A mí me gusta pensar que ese...

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