¿Por qué me uní a Padres Organizados?

En la película Derecho de familia (Daniel Burman, 2006), el protagonista expresa, casi con orgullo, una frase que retrata la idiosincrasia de una parte de la sociedad desde los años 90 y que persiste hasta hoy. En una escena, el personaje de Julieta Díaz lo insta al que encarna el actor Daniel Hendler para que participe con su hijo de una clase de natación a la cual asisten también otros padres. El personaje de Hendler, al cual la actividad que le propone su esposa no le agrada ni un poco, termina diciendo la frase en cuestión: "Yo estoy pagando para no participar" .

Seguramente la apatía de mi generación por la participación ciudadana se explique, desde luego, en la crisis de 2001, pero también, en ese afán inculcado de "pagar para no participar" en las cuestiones que no nos agradan. Veinte años después, resta preguntarnos si aquel deseo imposible y peligroso del "que se vayan todos" es una meta de la cual una sociedad pueda jactarse.

El 13 de marzo de 2020, frente al pánico mundial, asistimos impávidos al último día de normalidad escolar de nuestros hijos. Como ciudadanos, pero también como padres, aunque rehenes del miedo, nos entregamos confiados en el Estado para que vele por los derechos nuestros y de nuestros hijos.

Con el correr de las semanas, el encierro se transformó en un experimento sin igual para la niñez y la adolescencia. Los niños no pudieron salir legalmente de sus casas por meses excepto para ir de compras. Más allá de la escuela, tampoco podían ir a plazas y parques, espacio natural de dispersión para ellos. Niños, niñas y adolescentes fueron privados de toda relación fuera de sus convivientes, aún a instancias del silencio de especialistas que tardaron en expresarse sobre lo indispensable de estos vínculos para ellos.

Luego de las vacaciones invernales, después de meses sin presencialidad, nos dimos cuenta que ni siquiera el sistema educativo protegía a nuestros niños. Sin ningún plan a la vista, muchas familias resignadas optaron de manera intuitiva por hacer lo que podían o sabían hacer: emparchar la situación. Quedó palpable en ese momento que la escuela no era aquel paraguas protector en el cual nos solíamos sentir amparados como padres y aún menos era el paraguas protector en el cual se podían sentir amparados nuestros hijos. No hubo presencialidad pero hubo, eso sí, reencuentros de abuelos necesitados de familia con nietos ávidos de ver caras nuevas. Hubo proliferación de jardines blue y actividades deportivas al...

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