TV: la palabra como antídoto

Y a sabemos de sobra que la televisión es el reino de la inmediatez absoluta. Un presente perpetuo que se expresa a través de las planillas de rating, especialmente aquéllas que registran las reacciones de la audiencia en el minuto a minuto. Si esas hojas fuesen personas se parecerían muchísimo a la imagen estereotipada en tantas comedias del hipnotizador que somete a su voluntad a un incauto después de forzarlo a fijar la mirada en el movimiento pendular de un reloj de bolsillo. Esa persona acaba de perder la libertad de elegir. Sus decisiones ya no son autónomas. Son reacciones propias de un experimento pavloviano. De los números surge todo el tiempo un reflejo condicionado. Así, con la velocidad del rayo, se anulan ideas novedosas y se prolongan hasta el cansancio las fórmulas más rutinarias.

Sería imposible escribir cualquier historia televisiva sobre la exclusiva base de esta clase de estímulos y herramientas. No tendría lectores. Se morirían de aburrimiento o huirían pasmados y despavoridos. ¿Qué atracción podría tener un relato del pasado que se limita a contar cómo la TV reacciona siempre del mismo modo frente al estímulo del rating? ¿Qué lugar para la sorpresa, la innovación o el giro inesperado de los acontecimientos incluiría ese recorrido? La escasa vocación por recorrer y revisar el pasado de la televisión argentina está a la vista. O, mejor dicho, lo estuvo siempre. Un primer golpe de vista sobre esa realidad arroja como conclusión inmediata que no tendría sentido esforzarse demasiado y salir al encuentro de la historia del medio de comunicación más extendido e importante que conocemos. ¿Qué sentido tendría narrar algo tan tedioso?

Contra toda sospecha, algunos intentaron hacerlo. Recurrieron al modelo del libro de chismes. El volumen que compila las más comentadas indiscreciones televisivos o, mejor, el que promete revelar todo lo que todavía no puede decirse por TV. Una manera fácil de representar (y legitimar, sobre todo) esta inmediatez tan nociva. Sin embargo, a esta altura esos esfuerzos resultan inocuos y ni siquiera llamarían la atención en la sala de espera de algún consultorio. Las redes sociales se encargaron de ocupar ese lugar con su falta absoluta de inhibiciones para difundir lo que haga falta con tal de hacer ruido. En esta actitud tal vez encontremos la génesis del gigantesco debate que se desató en el mundo alrededor de las noticias falsas. Y, de paso, nos topemos con varios indicios que robustecen de una...

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