Triunfo mentiroso de este River que es feliz de verdad

La diferencia del resultado fue exagerada, y si se le hunde el escalpelo al partido es posible que se llegue a la conclusión de que Rosario Central ni siquiera mereció perder, pero lo que no es desmesurado es el optimismo y la alegría que vive River. Hasta el pasado se le reconvierte en presente promisorio con la vuelta de este Pablo Aimar de físico estilizado, al que un tobillo lo puso al borde del retiro, pero no le quitó sensibilidad para acertar en el pase ni para que la pelota siga respondiendo a su manera de jugar al fútbol: clara, ágil, punzante. Este River que desde hace un año y medio viene restaurando la grandeza extraviada hasta no hace mucho, celebra el regreso de Aimar como una reafirmación de la identidad. Es cierto que, a los 35 años y con un último tramo de su carrera consumido entre lesiones y una prolongada inactividad, Aimar difícilmente pueda ser la individualidad que se ponga el equipo al hombro, pero sí puede funcionar como una reserva futbolística para influir en determinados momentos. Su calidad nunca será un excedente innecesario. Anoche, en el cuarto de hora que jugó, hizo realidad algo del repertorio suyo que ya parecía motivo de nostalgia.

A River no le quedó mucho resto físico tras desplegarse con autoridad el jueves por la Copa Libertadores.Pero sí se trajo de Belo Horizonte, además de la clasificación, la confianza y fuerza anímica suficientes para sacar adelante un partido en el que fue inferior a Rosario Central. Sin Mercado, ni Mammana, ni Sánchez, River quedaba bastante desarmado en el flanco derecho. Y los remiendos de Gallardo no fueron una solución. Ponzio, uno de los primeros en acusar el cansancio, se mantuvo en esa fórmula que lo tiene por delante de Kranevitter. Quien se abrió sobre la derecha, como un N° 8 postizo, fue Pisculichi, que no siente el retroceso. Si a eso se le suma que Mayada estuvo bastante desubicado y poco firme en la marca, Rosario Central encontró por ahí una interesante vía de ataque con el incisivo Aguirre y el apoyo de las proyecciones de Villagra.

Lo que River no podía resolver desde el juego y el control del desarrollo, lo liquidó a partir del alto nivel de algunas individualidades. Pocas cosas escapaban del patrullaje de los laboriosos Musto y Domínguez en el medio, pero bastó que surgiera un resquicio para que se River se pusiera en ventaja. Todo a un toque. Gran asistencia de Pisculichi, casi de espaldas, y toque sutil de Teo por encima de Caranta. El golazo fue el síntoma...

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