La trinchera del odio que dividió a España

Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón." Como en un sueño premonitorio Antonio Machado vio venir con antelación la fractura insalvable a la que se abocaba la España del siglo pasado. Esos proverbios y cantares escritos por el gran poeta español datan de 1912. Un cuarto de siglo después el país estaba partido en dos mitades separadas por una trinchera de odio. El 18 de julio de 1936, hace hoy 80 años, un fallido golpe de Estado pergeñado por la cúpula militar y sectores políticos de derecha desembocó en un enfrentamiento fratricida que se prolongaría durante tres años y dejaría en el camino cientos de miles de muertos y un territorio desolado. Pero el odio, esa hacha amarilla y rencorosa de la que hablaría León Felipe, llevaba mucho tiempo cultivándose. Y la tremenda desigualdad social que ya arrastraba el país en los albores del siglo XX sería el combustible de toda la violencia política que precedió a aquel aciago verano boreal del '36.

La asonada militar triunfó en algunas plazas y fue derrotada por el movimiento obrero en otras tantas. Las armas tomaron la palabra, pero como ya había advertido Cervantes por boca de Don Quijote, hasta las guerras tienen sus leyes y éstas se sustentan en letras y letrados. Y como en toda guerra, la propaganda -esa retórica belicista- se adueñó de los discursos.

Hay una anécdota mil veces contada que muestra, por encima de las diferencias ideológicas de unos intelectuales y otros, el abismo que separaba a los hombres de letras de los uniformados. El 12 de octubre de 1936, apenas tres meses después de iniciada la contienda, los golpistas celebraban en la universidad de Salamanca -proclamada capital del "bando nacional"- el entonces denominado Día de la Raza con la presencia del escritor católico Miguel de Unamuno que había apoyado a los militares sin demasiado entusiasmo. Al acto, presidido por Unamuno como rector universitario, acudieron varios jerifaltes del ejército franquista, entre ellos el general José Millán-Astray, un legionario mutilado, de pocas luces y menos escrúpulos. A su extemporáneo alarido -"¡Viva la muerte!"- le replicó el autor de "Niebla" con unas palabras durísimas que la historia sintetizó en un inolvidable apotegma: "Venceréis, pero no convenceréis". Unamuno moriría el último día de 1936. No lo mató una bala. La guerra lo dejó sin aliento.

Pero si Unamuno se refugió en ese escepticismo tan español, fueron muchos los...

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