Tributos a la tradición, apuestas al futuro

Entre principios de las décadas del sesenta y fines de la del ochenta las palabras "presente" y "tango" generaban una especie de antagonismo. En ningún diccionario figuraban como antónimos, pero de algún modo lo eran. El tango no había seguido el pulso de los tiempos. Y más allá de que hoy culpemos a las discográficas multinacionales que, en los sesenta, le dieron la espalda al tango y se deshicieron de los masters de grabaciones, y a la última dictadura militar, en los setenta, por cercenar la libertad de expresión y dejar un vacío cultural, la juventud quería algo que ya no encontraba en el tango y que sí halló en otras músicas, como el rock o el pop nuevaolero. Nos ayudaría si lo asumimos, de una buena vez.

Las diferencias generacionales fueron más marcadas que nunca: los padres escuchaban tango, los hijos escuchaban rock. Pero como la vida es una sucesión de ciclos, hoy -más allá de que hay padres que escuchan rock (el de los setenta) e hijos que consiguen un bandoneón y tocan tango- la distancia se achica. Si los noventa era el...

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