Las tres revoluciones de Nicolás Catena

"Siempre dije que no por razones emocionales no racionales." La frase surge al promediar la primera hora de entrevista en su casa de Barrio Parque, rodeado por los óleos de Carlos Alonso. Nicolás Catena Zapata se refiere así a la infinidad de propuestas de compra que le hicieron los grandes grupos internacionales en los últimos 30 años y asegura que su legado está hoy en buenas manos. "No se trata de una cuestión de números, sino de algo mucho más profundo, de un sueño que compartimos claramente con Laura [su hija], quien es hoy quien maneja la empresa familiar", agrega en su mano a mano con LA NACION, el empresario argentino que logró posicionar a su marca Álamos como la argentina más vendida en el mundo, con dos millones de cajas de 9 litros en 2014, el doble que su competidor inmediato.

En 1902, su abuelo Nicola, un inmigrante italiano, llegó de la provincia de Le Marche, al puerto de Buenos Aires con el objetivo de gestar su proyecto. Arrancó con un viñedo de cuatro hectáreas en Mendoza, a orillas del río Tunuyán. En esa bodega nació Domingo, su padre, quien se casó en 1934 con Angélica Zapata, educadora y descendiente de una familia criolla que poseía tierras en la provincia. Nicolás Catena rindió libre quinto año del secundario, egresó como uno de los mejores alumnos de Mendoza y a los 22 años se graduó de doctor en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Cuyo. Pero, además, a los 23 años ya había tomado el manejo de la empresa familiar, que en ese entonces estaba especializada en producción de vinos de mesa a granel. Comenzaron vendiendo vino embotellado con las marcas Crespi y Facundo con una fuerte campaña de publicidad. Hasta que en 1982 produjo el gran cambio de su negocio: vendió las marcas e instalaciones productoras de vinos de mesa para dedicarse exclusivamente a los vinos finos. La decisión fue estratégica. Como profesor de Economía Agrícola en la Universidad de Berkeley, California, descubrió Napa Valley, que le quedaba a sólo 30 minutos en auto. Allí, los californianos habían decidido competir con los mejores vinos franceses y estaban invirtiendo en investigación, plantaciones, bodegas y tecnología, bajo el liderazgo del famoso bodeguero californiano Robert Mondavi, fundador de la bodega homónima. "Inmediatamente, me propuse iniciar una revolución tecnológica en Mendoza. Reemplacé el antiguo estilo italiano por el estilo californiano", recuerda. Dejó de lado el tradicional añejamiento en viejos toneles de roble...

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