Todos contra todos en el juego del poder

Wado de Pedro y Máximo Kirchner, duros con el presidente Alberto Fernández

En medio de una crisis profunda, cuando casi todo es incertidumbre, la escena política argentina es un páramo en ideas. Se escuchan, aquí y allá, conceptos vagos que no alcanzan para sacar al país del pozo ni para alentar un debate sobre el rumbo a seguir. La ausencia de discusiones de fondo y de proyectos que vayan más allá de la mera consigna ideológica profundiza la sensación de estancamiento. No hay horizonte. Estamos de viaje a ninguna parte o, peor, nos hundimos insensiblemente en las arenas movedizas de un presente astillado. Sin embargo, la dirigencia política se mira el ombligo, enfrascada en la lucha por las candidaturas. Limitada a la pelea por el poder, la política se vacía de contenido . Todo se reduce a una serie interminable de hostilidades cruzadas sin ninguna sustancia, a una guerra de declaraciones que la prensa reproduce y que acaba por reflejar la concepción agonal de la política en la que estamos atrapados. Es un "todos contra todos". En el juego del poder, el país queda relegado, y lo mismo esa mitad de la sociedad que necesita de la acción política para acceder a condiciones que le permitan salir de la pobreza. El espectáculo de las peleas por las candidaturas alimenta el descreimiento de la gente. Pierde la democracia, gana la antipolítica .

Los ataques cruzados dentro del oficialismo exhiben contradicciones cifradas en el origen de un acuerdo en el que los socios, en un alarde de cinismo, se tragaron lo que pensaban los unos de los otros para expresar exactamente lo contrario. Eso no podía durar. Los problemas de personalidad múltiple del Frente de Todos, trasladados al Gobierno, dan lugar a batallas entre miembros de una inverosímil coalición donde sobran los agravios ("mezquino", "ingrato", "irresponsable") y los desplantes. Esos enfrentamientos, sin embargo, solo conducen a la impotencia. Alberto Fernández y Cristina Kirchner libran una sorda guerra de los Roses. Los contendientes se detestan, pero se necesitan. Están abrazados al borde del abismo . Si cae uno, se lleva consigo al otro. Lo raro en este matrimonio tóxico es la forma en que, imperceptiblemente, se fueron invirtiendo los términos de la relación. El débil pasó a ganar fuerza. La obtuvo recostándose en lo que mejor le sale: no hacer nada. Le alcanza con mantener vigente lo que al principio parecía una humorada o el recurso extremo de un presidente desahuciado: su aspiración a...

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