Todo al revés: con su mejor golpe, Wawrinka quebró el favoritismo y el sueño de Djokovic

PARÍS.- Stan Wawrinka estaba acostumbrado a vivir bajo la sombra de Roger Federer. No había situación ni entrevista en la que no le preguntaran qué significaba ser suizo como el ex número uno, qué opinaba acerca de su -por entonces- ausencia en el equipo de Copa Davis o qué consejo le pediría cuando lo tuviera enfrente. Lógico, teniendo en cuenta la brillantez del máximo ganador de Grand Slam; pero, en verdad, irritante y agobiante hasta el hartazgo. Hasta 2013, Wawrinka apenas había ganado tres ATP, todos de categoría 250 y la máxima posición que había alcanzado era 9°. En abril de ese año, su carrera hizo un giro. Tras doce meses sin entrenador y fuera del top 15, empezó a trabajar con Magnus Norman, a quien definió como un motivador y un alma positiva. "Tiene que desarrollar instinto asesino", aventuró el coach sueco. A la semana, ganó Oeiras. Desde allí, en su cabeza sonó una suerte de despertador interno. Pudo convivir con problemas personales (su divorcio, que se hizo público, incluyó acusaciones de adulterio). Su tenis comenzó a fluir, sus golpes a dominar el juego. No paró de crecer: el año pasado ganó el Abierto de Australia, Montecarlo y la Ensaladera, incluso con un protagonismo mayor que el de Federer. "¿Si podré volver a ganar un Grand Slam alguna vez? No lo sé. Trabajo y me entreno todos los días para eso", comentó hace tan solo un puñado de días, cuando pocos sospechaban que, siendo octavo favorito, podría dar el golpe. Pues su deseo se cumplió demasiado pronto: en una final intensa y de altísimo nivel, Wawrinka jugó el gran partido de su vida para conquistar Roland Garros, venciendo por 4-6, 6-4, 6-3 y 6-4, en 3h12m, al serbio Novak Djokovic, que luego de tres finales continúa sin poder quitarse la espina en el Bois de Boulogne.

"Cuando logro mi mejor nivel puedo ganarle a cualquiera", había anunciado el jugador nacido en Lausanna, que regresa al número 4. Vaya si lo hizo en la radiante y primaveral tarde dominguera parisiense. Comenzó con ansiedad, algo errático, frente a un Nole que, frío como cirujano, fue paciente aguardando el error del rival (cometió 13 en ese parcial). Claro que lo que llegó después fue una exhibición de tiros fabulosos y a máxima velocidad. No bien el helvético supo controlar al número uno y ganó, con coraje, el segundo parcial, Djokovic hizo añicos su raqueta contra el polvo de ladrillo. El público, que hasta hacía un momento lo aplaudía, lo reprobó. Los nervios cambiaron de cuerpo. En el primer...

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