Todo queda en familia

De todos los vínculos humanos, no cabe duda de que el más perenne, el más inmutable, el más determinante es el de padres e hijos. Sin embargo, tal vez por su intensidad, esta relación a veces tormentosa, aunque siempre irrenunciable, con frecuencia se nos escapa de las manos.Me quedé pensando en eso cuando la semana última, durante un encuentro previo a la charla que dio en el Hotel Alvear, el gran físico argentino Juan Martín Maldacena se rio sin reticencias ante la pregunta de si sus hijos le pedían que les resolviera las ecuaciones."No -contestó-. Dicen que les doy explicaciones muy complicadas y que me extiendo mucho. ¡Me entusiasmo demasiado!". Y enseguida agregó: "Les va bien en la escuela y les gusta la ciencia, pero ya me dijeron que Física no van a seguir".Suele suceder que ya sea porque los chicos conocen de cerca los esfuerzos que exige llegar a la cumbre en cualquier actividad o porque la notoriedad de ciertos padres es una carga demasiado pesada, los que vienen detrás simplemente eligen otro camino en el que estén libres de influencias demasiado cercanas. Así, evitan tener que enfrentarse con la obligación no solicitada de vivir bajo la influencia de un fuera de serie celebrado por todos.Más allá de que aparentemente no desplegaban las mismas virtudes como padres que las que se reflejaban en su trabajo, ¿se imaginan lo que debe de haber sido para sus hijos crecer a la sombra de Einstein o de Picasso?Menos mal que existen otros ejemplos que van en sentido contrario. El más conocido es el de Marie y Pierre Curie, cuyas hijas brillaron con luz propia. Una de ellas, Irène, en temas muy similares; a tal punto que el periodista Denis Brian les dedicó una biografía con el título de El clan Curie. La historia no contada de una extraordinaria familia de científicos (Editorial El Ateneo, 2007).Irène, que estudió Física y Química en la Universidad de París durante la Primera Guerra Mundial, fue ayudante de su madre en el Instituto del...