Todo lo que no es horrible en el porteño

Una mujer llora en el colectivo. No es una adolescente, no es una muchacha, no hay una escena de llanto. Es una mujer adulta, todavía joven, que llora en silencio en el colectivo. Cada tanto se seca las lágrimas con los dedos o esconde la cara entre las manos. Si la situación le da vergüenza no lo sabremos nunca, parece abstraída por completo de la circunstancia. Entre los pasajeros hay algunas miradas incómodas. El tabú ancestral que le asigna al dolor el pudor, la cueva de la intimidad, se actualiza en esta escena, incluso aunque en todas las pantallas, también en las de los celulares que brillan entre los pasajeros, reverbere la exhibición pública de la vida privada. Pero acá hay alguien de carne y hueso llorando frente a nosotros. (Por lo demás, ¿querría ella que alguien le preguntara algo? ¿Esperaba un abrazo o la delicadeza de una discreción que no la hiciera sentirse observada?)

En un momento, la mujer se levanta de su asiento y va hacia la puerta. Yo estaba ahí, esperando que el colectivo frenara para bajar en la parada. De pronto, un adolescente se le acercó y le preguntó: "Señora, ¿está bien?". Ella, que ya no estaba llorando, lo miró desconcertada: "Sí, estoy bien -titubeó sorprendida-, ¿por qué?". Recién ahí pareció entender toda la secuencia. "Claro, me viste llorar -le dijo con una sonrisa amable, como si no quisiera que el chico se sintiera mal por haber preguntado-. Estoy triste, pero estoy bien, gracias", le dijo, y bajó. Cruzamos por la cebra en la misma dirección. Alguien llamó desde atrás: "¡Señora!". Las dos nos dimos vuelta, pero no era a ella a quien llamaban esta vez, sino a mí, que se me habían caído las llaves de la cartera y una mujer joven con su hijito se apuraba para alcanzármelas.

Seguí caminando, sorprendida por esa doble coincidencia, por la vigencia de esas muestras de empatía humana, de conexión, que no se pierden ni en medio de estas vidas tan aceleradas que llevamos. Días atrás, mi madre se había caído en la calle y transeúntes completamente desconocidos, aunque ya estaba alertada la policía, se tomaron el trabajo de encontrar en el celular de ella los contactos de sus hijos para avisarnos y se quedaron acompañándola hasta que el primero de nosotros llegó.

Será por...

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