Todo un gobierno concentrado en desarmar la bomba

Tomemos un poco de distancia. Imaginemos que un presidente constitucional de una república moderna utiliza, sin rodeos ni citas grandilocuentes, la cadena nacional para enviar un mensaje escueto: "Son días muy tristes para mí, que me he dedicado con alma y vida a la política, y espero siempre lo mejor de ella. Es por eso, y por la responsabilidad frente a la historia, que he decidido poner a disposición del juez interviniente los fondos y toda la logística de la administración pública para que investigue hasta las últimas consecuencias y dilucide por completo las sospechas en torno a lavado dinero, enriquecimiento ilícito y cualquier otro delito que pueda rozar mi investidura. También les he dado orden a mis contadores para que faciliten de inmediato todos los elementos y papeles que se requieran. No estoy más allá de la ley, y aunque resulte doloroso, es preciso llegar hasta el hueso y despejar todas las dudas. Caiga quien caiga. Porque la honra presidencial es importante para la salud del país y porque un corrupto es un traidor a la patria".

¿Qué habría sucedido si hubiera emitido un texto de este tenor? En principio, la sociedad hubiera pensado que su máxima representante era esplendorosamente democrática, y tal vez incluso inocente. Y la militancia, que ocupa cargos por acomodo en el Estado y que no suele tener a la ética como una bandera sublime, hubiera recibido la orden tácita del decoro y la transparencia. El Gobierno atacó con ferocidad al juez de la causa, lo sancionó con trucos leguleyos y lo castigó bajándole el salario, acusó penalmente a la diputada nacional que hizo la denuncia e inició un operativo para blindar con fueros a la primera mandataria. ¿Qué piensa instintivamente la opinión pública acerca de un raid semejante? La conclusión puede ser injusta, pero no carece de sentido común: sólo un culpable se maneja de esta manera.

Es tan esperpéntica la maniobra, tiene tal sesgo autoritario y destituyente (hay que destituir como sea al que nos cuenta las costillas), que hoy defender a Bonadio es defender el principio básico de que un juez de la Nación pueda investigar también a la Presidenta y a sus empresas amigas. Y por lo contrario, atacar a Bonadio implica hoy torpedear dos ideas virtuosas: nadie tiene coronita por más monarca que se crea, y el poder no es intocable. Montarse en una jugada mediática para destrozar a quien intenta dilucidar la verdad oculta implica por lo tanto actuar en connivencia con una cierta noción de...

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