Toda la televisión de vacaciones

La TV nos recuerda a cada momento que estamos en verano. Por si no llegamos a darnos cuenta después de largas horas en la calle, expuestos al pegajoso contacto con una sensación térmica que se empecina en mantenerse en lo más alto, cada vez que llegamos a casa y encendemos el aparato alguna voz nos dice, palabras más, palabras menos, que estalló el verano.

Pero en verdad ese mensaje debería leerse a la inversa de lo que estamos acostumbrados. La televisión en este caso no emite una consigna desde el interior de la pantalla hacia un supuesto receptor. Habla para adentro. Porque el que está de vacaciones es el propio medio.

Tan acostumbrada está nuestra TV a la autorreferencialidad que ese dato se transformó directamente en el eje de todos sus comportamientos. Esa atracción fatal hacia el ombliguismo es tan irresistible que para quienes hacen televisión en la Argentina no poner el mínimo esfuerzo durante las fiestas de fin de año resulta algo natural. Pensar en lo contrario, además de incomprensible, es casi herético.

Por eso, aplicando otro giro asombroso e inexplicable a las prioridades que deberían regir el comportamiento de un medio masivo sin necesidad de regulaciones escritas, la TV resolvió por decreto que el televidente debe estar al servicio de ella. Y en vez de redoblar esfuerzos para acompañar a quienes están solos y necesitan sobre todo a fin de año la cercanía de quienes se jactan de brindar un servicio público, decidió que era el momento de tomarse vacaciones. Que tiene el derecho, después de un arduo y desgastante esfuerzo anual, de cerrar todas las puertas y dejar la pantalla por largos días en piloto automático. Otro servicio público que cada vez que resulta interpelado por un cliente necesitado de explicaciones entrega por toda respuesta la impersonal voz surgida de una cinta grabada. "Nos comunicaremos a la brevedad", les faltó decir.

Bochorno interminable

El bochorno estuvo lejos de culminar en un "festejo" de Año Nuevo en pantalla con imágenes desgastadas de fuegos artificiales que vaya uno a saber en qué década ya superada se emitieron por primera vez. Un despropósito que quedó todavía más en evidencia ante la elemental comparación, en vivo y en directo, con el despliegue técnico y humano exhibido desde los canales internacionales por emisoras públicas y privadas conscientes del deber elemental que la TV tiene de celebrar la llegada del nuevo año cerca de la gente.

En realidad, lo ocurrido en Año Nuevo fue el inmejorable...

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