Toda semejanza es pura casualidad

Para quienes se sorprenden con esto de hacer acelerar autos de carrera por las calles de una ciudad, vale la aclaración: la cosa no es nueva. La Argentina supo recibir a los ases europeos hacia fines de los 40 y principios de los 50 para batirse en los paseos peatonales de Rosario, Mar del Plata, Palermo, Retiro o la Costanera, cuando la palabra "autódromo" sólo refería a Monza, Silverstone o Avus. Después, los autódromos poblaron el país y se invirtió la ecuación: los callejeros pasaron a ser lo novedoso.Hoy, a más de sesenta años, algo está claro y se acentuó: las diferencias entre un lugar creado exclusivamente para las carreras y otro para que se desenvuelva el ciudadano común. Lejos de las similitudes con las tribunas de cemento, el Paseo Peatonal Florencio Molina Campos, repleto de público para ver a las máquinas transitando por la avenida del Libertador, resultó un show dentro de otro. Si hasta la gente parece diferente: a los habituales tuercas que hablan como eruditos cada domingo esta vez se sumaron aquellos que descolocaban a los primeros con sus preguntas: "¿A este circuito va a venir la Fórmula 1?" o bien "¿Traverso ya no corre más?", que levantaban alguna ironía de los más entendidos.Al final, y eso es lo bueno, la fiesta fue para todos, más allá de los agoreros pronósticos que siempre rodean a estas patriadas dirigenciales. Fue muy lindo ver los brazos elevando los celulares para inmortalizar las imágenes de un auto, que se asemejaba a la ola futbolística mientras el coche llegaba, pasaba y se iba de cada sector. Nada similar a un autódromo, como si cualquier semejanza con aquéllos fuera pura casualidad. Aquí se escuchaba a los técnicos y organizadores explicarles...

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