Tensiones que reafirman la vigencia de la grieta

No faltó acción ni tensión. Si alguien apostó a que se replicara el amable y deslavado debateporteño, ese fue el gran perdedor. Cruces picantes, acusaciones directas, candidatos más lanzados al ataque que a la defensa de sus posiciones y, sobre todo, más expuestos a sus debilidades de lo que sus asesores hubieran deseado.La obligación de debatir impuesta a los postulantes presidenciales por la ley 27.337, sancionada en 2016, demostró toda su validez, sus virtudes y, en menor medida, sus limitaciones. Fue la gran ganadora. Se podrá discutir su instrumentación, si los formatos acordados fueron los más apropiados o si los candidatos lograron satisfacer las necesidades y demandas de los electores. Pero no su valor como instrumento para evaluar a los postulantes fuera de los actos proselitistas. Enfrentados a sus contrincantes y a sus cuestionamientos.Es un hecho que las críticas, las acusaciones, las descalificaciones y los enunciados superaron claramente las propuestas. Fueron pocas las definiciones concretas y menos aún las medidas anunciadas. Pero sería una simplificación quedarse en esa conclusión.Se sabe que, salvo excepciones, los debates no cambian radicalmente la inercia de las preferencias con la que se llega a ellos, pero agrega matices y condiciona algunas dinámicas. Fue este el caso.Si las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) habían invertido roles con un desafiante convertido en el favorito y con un presidente que intenta la reelección obligado a cumplir el rol de retador, el debate presidencial repuso los lugares originales.Desde su primera intervención, Alberto Fernández demostró que, contra lo que se esperaba y se había anunciado, su estrategia no era cuidar la ventaja con la que llegaba, sino tratar de consolidarla, como si nada estuviera definido, a pesar de muchas evidencias que sugerirían lo contrario.El candidato del Frente de Todos se mostró a la ofensiva desde su primera intervención para cuestionar y descalificar a su oponente principal, el presidente-candidato Mauricio Macri, y a toda su gestión. Aun a riesgo de parecer agresivo o arrogante en exceso y de contradecir sus muchos llamados a la unidad y a borrar antinomias.Macri, obligado a un rol defensivo, encontró en esa actitud de su oponente un resquicio para pasar al ataque al recordar los atriles kirchneristas que habían fatigado a millones de argentinos. Seguramente, fue un consejo aportado en el intervalo por sus asesores, expertos en redes. El...

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