Temporal

Qué pena que justo le haya sucedido a ella, me dicen. Pero la naturaleza es así: no avisa. Llega de improviso, amarga y torrencial, implacable. En un pestañeo, en lo que demora un turista en aplicarse una capa fina de bronceador para asolearse tan merecidamente, quizá menos, se desata una llovia torrencial, una lluvia humillante y demencial que trae de pronto ríos de barro y vientos endemoniados, el olor nauseabundo de la podredumbre, la desazón de quienes ven cómo la tormenta hunde sus sueños en ese abrupto lodazal que es un cementerio maloliente donde quedan sepultados las casas y el ganado, la siembra y los sueños. Buenos Aires está bajo el agua.

Justo vino a ocurrirle a ella, qué mala suerte, diosito mío, ella que tantas veces ha fatigado las calles para estar cerca de los más necesitados y...

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