Un teatro de aventuras en mares remotos

Su padre les ha regalado la maravilla de la navegación y los deslumbramientos del río. La caricia del sol en las caras, el golpe acompasado del agua en la embarcación, la felicidad de los cuerpos exhaustos después de un esfuerzo físico extenuante, la emoción de un silencio hondo en los brazos más angostos del río desierto, los caprichos de la vegetación enmarañada, la tibieza de una llovizna de verano, la felicidad de las zambullidas en el espejo viscoso del agua amarronada y las preciosuras de la fauna marina en el fondo del mar, los atardeceres en playitas remotas y las noches en el barco amarrado en ninguna parte, un paraje escondido que descubrieron en el azar de la travesía, la conversación en el camarote sobre las peripecias del día a la débil luz de una lámpara y después el reparo del sueño en el vaivén del velero acunado por el agua.De criaturas los tres niños han visto a su padre encaramado en el barco, atando cabos y arriando velas, leyendo cartas de navegación para asegurar la llegada al destino prometido y ocupándose de los pormenores de la travesía, pero sin perderlos jamás de vista, porque los súbitos caprichos del viento podían alterar la estabilidad del velero y ponerlos en peligro. Lo han mirado realizar esas proezas como se mira a un padre cuando se es niño, con ojos de asombro y arrobamiento, admirados de sus destrezas y de su inclaudicable coraje, con el sueño de querer parecerse algún día a él, con ese embeleso con que en tiempos antiguos podrían haber mirado a Neptuno o a Poseidón cabalgando las aguas en medio de una tempestad. Por fortuna para ellos, ese embelesamiento se esfuma con el paso del tiempo, y con él llegan las discordias y los desacuerdos, las inevitables rencillas y quizás algún distanciamiento, y en el atardecer de la vida sucede el reencuentro.Conversamos con Fernando G. sobre sus hijos en una de las pausas de las vida en la Redacción. Me muestra una fotografía de su hija mayor, Paloma, que está compitiendo en un deporte de vela en el exterior. Ha educado a sus tres hijos (Ema y Morito son los otros dos) en los secretos de la navegación, y lo ha hecho no solo para acercarles los placeres de los deportes náuticos, sino porque creyó encontrar en ellos la herramienta ideal para forjar el carácter. Quiso enseñarles la tenacidad y el coraje.Les ha descubierto esos misterios al principio en kayaks y después en pequeños veleros...

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