'Soy tan snob que sufro': memorias de una diva argentina que triunfó en la Ópera de Viena

Margarita Kenny

Margarita Kenny vivió para su público y eso nos incluye. En sus últimos años eligió recordar y contar para ser leída, así como en su juventud había cantado para ser oída. Al revisar un conjunto de artículos de la prensa alemana —que en aquella época la adoraba— y escuchar los casetes con nuestras conversaciones de principios de los 2000, veinte años después tengo la certeza de que estas memorias darán al lector los elementos para reconstruir un mundo perdido , aun cuando la protagonista no haya deseado hablar más que de música y de cómo se vivía en Viena.

El prólogo para un libro de ópera puede extraviarse en lo museológico, como un documental sobre el Titanic —con sus escaleras de caoba y los músicos hundiéndose mientras tocan—. Pero ninguna analogía consigue explicar lo que debió de significar para un espectador de entonces presenciar estas funciones. En la ópera, cada año se extienden los aplausos, al punto de que nos puede llegar la noticia de que se aplaudió una actuación durante horas y no saber qué significa. A Margarita la llamaron siete veces "a cortina" y, cuando ella lo cuenta, significa algo.

En términos deportivos, "cantante de ópera" lo pensaría como un nadador de fondo —aquel que cubre grandes distancias—, al que se le exigen, además, coreografías de nado sincronizado, ¡y que cumple con todo! Según este ejemplo, para ser cantante pop —mi especialidad— bastaría con mantenerse a flote. Con sus alumnos líricos ella era más estricta: "Te falta el hueso de la mandíbula de abajo para terminar de tener la cara de cantante. Ya lo de arriba se te transformó, te falta la parte de abajo", le observó a su sobrina nieta Rowina.

"Margarita Kenny", testimonios reunidos por Sergio Pángaro (Sudamericana, $5799)

Este libro está centrado en las conversaciones que tuvimos en el último tiempo de su vida en su departamento frente al Colón. El testimonio de Margarita Kenny —también Margeritha, Margarette, Mergarita, Margareta, Margarite Kenney, Baby, Kennylain o Helen— nos permite reflexionar acerca del lugar que ocupan en nuestro imaginario algunas figuras de la cultura que pudieron representar a la Argentina en el mundo. Y también le toca al lector juzgar qué grado de importancia puede ejercer en el destino —dominio de la norna Urd— un nombre u otro.

A pesar de su propósito trascendental, en estas páginas se escapan algunos momentos coloquiales que dan cuenta de mi interés por los chismes. Esos también los atesoro. Entonces, nos encontramos con desgrabaciones de sus charlas y sus clases, recuerdos de sus alumnos y allegados, y las ilustraciones de su colección personal de fotos y recortes de diarios.

La aparición de Cocó Muro Garlot le imprimió un nuevo impulso al último tramo de este proyecto biográfico. Licenciada en Comunicación, tuvo la idea de investigar en los nombres propios que abundan en el relato de Margarita. De esta manera los comentarios a pie de página funcionan como un sustrato sobre el cual pueden reinterpretarse algunos de los acontecimientos que protagoniza nuestra heroína. Por ejemplo, Enrique Dodero, que se interesó en su formación en Filadelfia, es el mismo que ayudó a Onassis en el inicio de su fortuna, quien por su parte mantuvo vínculos con María Calas. Y de esta manera no se intenta más que ofrecer un marco cosmopolita dentro del cual la Argentina también ocupa su lugar particular.

Muchas personas e instituciones, en su generosidad, sumaron sus testimonios a este conjunto. A ellos, nuestro profundo agradecimiento.

Margarita Leonor Kenny, cantante wagneriana a quien podemos escuchar en ediciones de Decca, EMI y otros sellos, ahora también está en internet. Pero no cuando ella vivía. Comenzando el siglo XXI, para que lograra volver a escucharse había que reunirse en torno a un reproductor de CD. Rowina Casey me había hablado de su tía abuela y fui admitido en esas tertulias.

En secreto, ella le daba instrucciones a su sobrina para que accionara el estéreo, como una forma de animar la velada: "Cuando yo te digo, lo ponés" —la imita Rowina—. "Entonces ella me miraba y yo tenía que decir: ‘Bueno... yo sé que Margarita no lo quiere, pero...’ y ella: ‘Ay, no, por favor... no, no, Rowina’. ¡Me retaba! Entonces yo tenía que poner los discos. ‘Por favor, no insistan con eso...’".

Se divertía con todo ese número, pero notábamos que su voz había sido distinta a la que se apreciaba en el parlante, ninguna que pudiera escucharse fuera de aquellos escenarios. Los cantantes de ópera no usaban micrófono. Ahora esa voz, admirada como mezzo y más tarde aplaudida por el mundo como soprano, deja lugar a esta otra, la que nos cuenta su vida, poblada también de intérpretes —sus colegas— que la acompañan en esos discos y a los que ella tuvo siempre en la memoria.

Más allá de que las figuras que hoy se recuerdan sean las del clan Karajan —vinculadas a la industria de las grabaciones—,están aquellas que, como Wilhelm Furtwängler y sus cantantes, también conocieron la adoración del público masivo. Así que el relato de Margarita, a la vez que una versión de la historia, es un instrumento para entenderla.

Las preguntas a estas memorias podrán ser mejores. Mientras tanto, hay dos aspectos para tener en cuenta al leerlas. Uno es el estilo —adecuado o anticuado—, que recuerda al Reader’s Digest y más directamente a la revista El Hogar . Al haber sido Margarita una de sus redactoras, no es extraño que haya elegido ese tono para contarnos su vida.

El otro desafío, insalvable, es su voz. Los años en Viena le habían dejado un encantador arrastre de consonantes que podía sonar imperativo, pero que ella sabía teñir de humor para los que no hablábamos alemán. Eso no puede ser recuperado por la escritura y muchas veces determinará el sentido de un pasaje. Ella decía "Toron Powa" y yo al rato por fin: "Ah, ¡Tairon Pauer!", cuando me hablaba de Tyrone Power. La distancia no solo quedaba establecida por la pronunciación del idioma, sino también por la transliteración de una vida que excede el marco de la traducción.

Sus circunstancias podrían haberle inspirado algún escepticismo por la construcción de la Historia. Pero su confianza en la mecánica del mercado siempre la...

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