Sueños, recuerdos y otros enigmas de hotel

Soñé cierta vez con escribir una novela cuando me retirara del oficio periodístico. En ese sueño yo cerraba mi casa después de cargar algunos libros, tomaba mi auto y conducía sin prisa hacia algún lugar apacible en la costa marítima. Al cabo de un viaje sin contratiempos, me hospedaba en el Viejo Hotel Ostende y elegía para mí la habitación donde alguna vez escribió Antoine de Saint-Exupéry. Es un cuarto vedado a los pasajeros, pero el mundo onírico tiene sus ventajas. De modo que allí estoy, desempolvando una vieja Remington de los tiempos en que comencé en este oficio, y dispuesto a dejarme distraer por mis fantasmas.

Recordé ese sueño apenas recibí un libro que reúne relatos que tienen como escenario hoteles, pensiones, albergues y otros espacios donde la vida transcurre a menudo en un extraño paréntesis. Se titula Vidas de hotel y es de esos libros que dejamos sobre la mesa de luz junto a la cama para regresar a ellos cada noche y leer un cuento corto que nos ayude a conciliar el sueño. Elegí comenzar con los relatos de dos escritores argentinos: Ricardo Piglia y Pablo de Santis.

El cuento de Piglia es una preciosa miniatura que delata su gusto por los enigmas. Se titula "Hotel Almagro". Los hechos suceden cuando el autor de La ciudad ausente alquilaba una pieza en una pensión cercana a la estación de ómnibus de La Plata. Tres días por semana, Piglia enseñaba en la Facultad de Humanidades; el resto del tiempo su vida transcurría en Buenos Aires. Cierta vez, movido por la curiosidad y sin un propósito preciso, hurgó en el viejo ropero donde guardaba sus pocas pertenencias. En un hueco donde la madera estaba vencida, como quien ha abierto una hendija para esconder un botín, encontró dos cartas. Estaban escritas con la premura de quien escapa de algo, con una letra crispada que dificultaba el entendimiento de esas líneas atormentadas, pero con la obstinación de un sabueso Piglia creyó finalmente comprender el testimonio de la mujer despechada: no quería seguir al hombre al que había amado y acaso amaba todavía.

Un tiempo después, llevado súbitamente por ese recuerdo, en la pieza del Almagro, se dirigió al humilde ropero de esa habitación tan modesta como la anterior y encontró, en ese estado de ánimo en que se confunden la esperanza y la sorpresa, dos cartas de un hombre que eran la respuesta a las dos misivas anteriores. El narrador no encuentra explicación al misterio. Esboza apenas la posibilidad de que los amantes vivieran como él...

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