El striptease de un hombre muerto

Entre las marcas de agua que nos dejó la inmigración está la de saber que tal vez tenemos desperdigada por el mundo una familia ampliada, primos, tíos y sobrinos más o menos lejanos de los que no siempre tuvimos noticia y a los que tal vez no llegamos a conocer. Sin embargo son tan nuestra sangre como los que quedaron de este lado del mar y formaron nuestro paisaje afectivo desde la infancia. Conocí a una porción de esa familia de ultramar hace muchos años, cuando un viaje de estudios me dio la oportunidad de llegar hasta Francoules, la aldeíta perdida en el valle del Lot en donde había nacido uno de mis abuelos y desde donde se había ido con lo puesto, muy poco tiempo después de que el fin de la Gran Guerra, en la que había sido soldado, lo llevara a buscar nuevos horizontes. No voy a hacer chistes sobre las fallidas expectativas de mi abuelo, que eligió la Argentina, pero de esa visita me llevé un nuevo primo que más tarde cruzó para este lado a visitarnos y con el que desde entonces siempre estamos en contacto.

Una semana después del atentado contra Charlie Hebdo, mi nuevo primo Alain, entonces, me escribió emocionado. "Muchas veces yo me preguntaba si aquí en Francia, donde estamos tan acomodados en nuestro pequeño confort, nuestra pequeña democracia, nuestros pequeños derechos, tendríamos alguna vez el coraje de salir a las calles para expresar nuestra opinión." Habrás visto, escribía, las fotos de París con esa multitud inmensa que grita su tristeza y su furia. Se lo veía (se lo leía) conmovido. Por esas fotos de París y por lo que había constatado en persona: la respuesta que, sin saberlo, le había dado a su pregunta la gente del pueblo donde vive, no muy lejano de aquella casa común donde nacieron nuestros abuelos. Allí, una discreta multitud de la Francia profunda también había salido a las calles: en un poblado de 2000 habitantes, al menos 800 estuvieron aquel domingo a la noche en la plaza principal.

Para cuando encontré su mail, 10 días después, al regreso de mis vacaciones, acá ya había muerto Nisman y allá el slogan que había atrapado el estupor y la solidaridad de los franceses -"Je suis Charlie"- ya estaba en discusión. "Je ne suis pas Charlie" expresó a quienes condenaban el terrorismo pero cuestionaban la línea editorial de la revista o no querían que la locura sangrienta del yihadismo sirviera para tapar las culpas de Occidente en el mundo árabe. La discusión "Je suis-Je ne suis pas Charlie" todavía...

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