A solas con Macri por los jardines de Olivos

El miércoles fui recibido por el Presidente en la quinta de Olivos, y no puedo mentirles: me fue mal. Dijo que no me necesita para que le escriba discursos. Que tampoco me necesita para relacionarse con los medios, y menos todavía para desarrollar una política de comunicación. En fin, que no me necesita. Ojo: yo no estaba rapiñando un puesto y no tengo intención de alinearme con el Gobierno. Quería que me ofreciera algo para poder decirle que no. Decirle que no a un presidente, con el pretexto de no perder independencia, es una cucarda que llevás hasta el final de tus días. Pero este ingeniero esquemático ya tiene sus equipos armados y está contento con ellos. No piensa cambiar nada. Le encanta el laburo de Marcos Peña y Durán Barba, los armadores del discurso de Cambiemos. Pues bien, como no pude hacerlo el miércoles, lo hago ahora: Mauricio, ni intentes convocarme. Me ofendí.

Quizás estoy siendo muy duro con alguien que lee esta columna (o leía, como Bergoglio, que al convertirse en papa me abandonó) y que una vez, cuando no era presidente, hasta la elogió. Esta semana también fue generoso conmigo un reconocido senador peronista que durante 12 años jugó para el kirchnerismo. Me pregunto qué estoy haciendo mal. El buen periodismo es una espada filosa que a todos perturba. ¿Por qué resulta amable un espacio que por su propia naturaleza debería ser, para la dirigencia política, como una piedra en el zapato? Hablé de estos temas con Mauricio mientras caminábamos por los jardines de Olivos. Dicho sea de paso, los militares que custodian el predio nos saludaban con sonrisas y "buenos días". Están felices. Como es sabido, en tiempos de Cristina estaban obligados a darse vuelta. Les había prohibido que la miraran. La quinta -también dicho sea de paso- luce espléndida. Aunque los trabajos siguen, se ha podido revertir el estado de virtual abandono en que la habían dejado los Kirchner: paredes despintadas y con humedad, artefactos que no andaban, un aire acondicionado roto tapado con nylon de bolsas de basura, sectores del parque con matorrales, decenas de árboles muertos y con riesgo de caerse... Un símbolo del descuido eran dos grandes macetones colocados junto a la puerta de la casa principal: sólo tenían tierra sucia. Es lógico plantearse qué pasa en la cabeza y en el corazón de una familia que se permite vivir así y que permite que se deteriore así la residencia de los presidentes, patrimonio de todos los argentinos. Además, es raro que no se...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR