La sociedad y la TV, narcotizadas

Moverse al ritmo del espasmo en el abordaje de la actualidad informativa es una de las características dominantes de nuestra televisión. El resultado de esta conducta está a la vista: los temas del día, recargados y sobrestimulados, producen durante horas un aturdimiento que nos embriaga y nos malacostumbra. Se supone que con semejantes estímulos deberíamos como televidentes, al menos, escandalizarnos por algunos acontecimientos que en la vida de una sociedad normal resultan insoportables, reacción que la propia pantalla se encarga de alentar. Los comunicadores se muestran más indignados que quienes reciben el mensaje y ese enojo precede incluso al hecho natural y elemental de contar lo que pasó antes de poner al aire un apresurado juicio de valor.

Si mezclamos todo esto con el llamativo orden de prioridades que la TV fija para hablar de la actualidad no debería sorprendernos el resultado: una insípida combinación de frivolidades varias y propósitos aleccionadores, de sensiblería e información desperdigada, de incapacidad casi absoluta para hacer abstracciones y razonamientos. Como decía Giovanni Sartori en , sólo adquiere trascendencia aquello que puede llenar el vacío con imágenes.

Sólo así puede funcionar un sistema en el que pasamos a velocidad supersónica de un tema a otro. Da exactamente lo mismo debatir sobre el avión desaparecido en Malasia, el sillón que detecta homosexuales, los escándalos en el vestuario de Boca Juniors, la debilidad de nuestro vicepresidente por ciertos juegos de ingenio en plena sesión del Senado y los piquetes callejeros. Cada uno pasa y le deja el lugar al otro del mismo modo: a toda velocidad y a los gritos. No sorprende entonces que las señales informativas se parezcan cada vez más a los programas más frívolos. Menos todavía que en uno de los pocos espacios genuinos de reflexión que entrega la pantalla (, el último jueves por la noche, en TN), Santiago Kovadloff haya dicho sin vueltas que la sociedad se encuentra narcotizada frente a una espiral que lleva, por ejemplo, a que nadie se pregunte por lo que significa para la convivencia social el hecho de que desde un piquete se arroje al vacío a un muchacho discapacitado que intentó atravesarlo.

Todo esto resulta por lo menos curioso en el cuadro de una televisión que parece indignarse, enojarse y molestarse todo el tiempo frente a las cosas que están mal, pero en el fondo se siente muy cómoda en esa suerte de crispado statu quo, a la vez signo cultural...

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