El síndrome sudamericano

"¡Nos los merecemos!", gritaron los brasileños. Era octubre de 2009 en Copenhague, las horas previas a un éxito que dejó a Lula llorando de alegría y a Barack Obama humillado.

El argumento fue tan insólito como efectivo: en vez de asegurar que estaba en condiciones de ser sede de los Juegos Olímpicos, Brasil impuso la tesis de que se los merecía, porque los cinco anillos nunca habían llegado a Sudamérica. Era el corazón antes que la razón. Y eran los años en que se iniciaba la gran crisis económica mundial, oportunidad única para el país del crecimiento sin fin, porque Lula podía ofrecer una perspectiva diferente a la de Chicago, Tokio y Madrid.

Seis años después, bastantes cosas son diferentes: Río organizará unos buenos Juegos, pero la fiesta llegará en un momento de depresión económica y crisis política. La cuenta regresiva del año que se inicia hoy irá acompañada por imágenes como la de arriba. A las playas de basura sin fin se les sumarán peces muertos en aguas contaminadas y periódicas noticias sobre el foco séptico que es la Bahía de Guanabara. Nada que sorprenda al comité organizador que comanda Carlos Nuzman, porque todos sabían desde el principio que esas aguas no se limpiarían. También el COI, que cayó rendido ante la tarjeta postal carioca y ante la astucia de un Lula que envió una carta personal a cada uno de los votantes del ente olímpico. Y no por correo, sino a través del embajador en cada país, que entregó la misiva en mano.

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