Un servicio afectado por la desinversión

Jamás la Argentina tuvo un sistema ferroviario superavitario. De hecho, los ferrocarriles en el mundo son esquemas cuyos beneficios son muchísimo más grandes que la simple cuenta de ingresos y gastos.

Ahora bien, lo que sucede en este tiempo es mucho más profundo. Las boleterías recolectan apenas el 6 por ciento de lo que gasta el ferrocarril. Dicho de otra forma, seis pesos de cada 100. Es, quizá, la ecuación más pobre que ha tenido el sistema ferroviario argentino.

Además de la histórica viveza argentina de no pasar por los molinetes, la debacle en la recaudación empezó a ocurrir después de la tragedia de Once. Pocos meses después de aquel febrero de 2012, el anterior gobierno padeció una suerte de vergüenza ferroviaria. Tenía pudor de cobrar, aunque sea unas pocas monedas, por un servicio que no podía asegurar al usuario ni siquiera seguir vivo al final del andén.

Durante al menos dos años, no hubo controles en gran parte de la red. El ferrocarril Sarmiento directamente dejó de exigir el pago en sus estaciones. Otros, el Roca o el San Martín hasta que cambió sus formaciones, hicieron más laxas las exigencias. Apenas las terminales, y en algunos casos, mantuvieron la obligación de pagar.

La cantidad de pasajeros que compraban sus boletos se desplomó. Ese sistema de evasión individual actuó en combinación con las tarifas congeladas. Mientras los costos de la red aumentaban a un nivel de alrededor de 40% por año, entre operación y masa salarial, el boleto estaba quieto.

A la costumbre evasora se sumaron...

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