Salvó a su hijo... el primogénito

Un abrazo a las madres en su día

Corrían los años de la mitad del siglo XX, y en la pequeña ciudad ribereña de Encarnación, Paraguay (frente a Posadas Argentina), la epidemia del tifus sumaba muertos a las estadísticas oficiales.

En la humildad latente de una vivienda de madera, una madre arrodillada junto a la cama, repetía sin cesar la caricia de un trapo enfriado en agua con hielo, mojando la frente y los laterales de la cabeza de su niño... hervía de fiebre su criatura.

Cada tanto, con otro trapito limpio dejaba caer gotas de agua fresca en los labios de su amado hijo, el mayor, el primogénito, ese primer sentimiento querido en sus entrañas, aquel que le dio su razón de madre a edad temprana. Cuarenta y dos días pasó arrodillada junto al niño enfriando e hidratando con tenacidad los efectos de la enfermedad en su niño.

Interín, exigió varias veces, diariamente a su esposo, que consiguiera de cualquier manera más hielo en barra para enfriar el cuenco de agua junto a la cama. Él, un sufrido mecánico sin trabajo, en medio de la impotencia propia del hombre empequeñecido por la grandeza de la madre que estrujaba su corazón; y fue diariamente a la fábrica de hielo distante a diez cuadras, donde comprometió su trabajo y su vida para pagar a futuro esa barra de hielo diario que precisaba su compañera para cuidar al niño, y lo consiguió.

La madre presenciaba día tras día el desesperante enmagrecimiento del niño amado... a...

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