La Ryder que desnudó enfrentamientos en Estados Unidos

La mesa estaba puesta con la mejor vajilla, el menú era el más apetecido por los comensales, todos los ingredientes se encontraban a disposición para disfrutar de la comida más esperada de los últimos dos años por los gourmets del golf mundial. No fue una Copa Ryder épica, no tuvo el alto contenido emotivo de la de 2006 en K Club, Irlanda, con Darren Clarke jugando luego de haber enterrado a su esposa; no hubo un tremendo "comeback" de una casi segura derrota, del equipo que capitaneaba Ben Crenshaw y su recordada frase en la conferencia de prensa del sábado, cuando levantó el índice, y dijo: "Tengo un buen presentimiento para mañana". Tampoco tuvo el halo mítico ni la electricidad ambiente de las gestas de Severiano Ballesteros, cuando Europa no debía ganar aún, porque se suponía que el equipo de EE.UU. era imbatible, un dream team estilo NBA.Gleneagles, impecable en cuanto a presentación y calidad, no tenía, siendo muy superior como diseño a The Belfry, hoyos memorables para match play, como el 10 y el 18 de la cancha en Sutton Coldfields, cerca de Birmingham; con ellos aprendimos a saborear la Ryder a fines de los ochenta, cuando comenzaron los triunfos europeos. No fue Valderrama 97 con Seve capitán, a quien sólo le faltó el caballo en vez del carro eléctrico.Sí fue la Ryder del cambio, en la que el capitán pasó a ser un "mánager", y nadie interpretó mejor ese concepto que Paul McGinley -casi impuesto por los jugadores en la capitanía- y en ese cambio quedó expuesto Tom Watson. No fue una buena elección del presidente de la PGA de América, Ted Bishop. A los 65 años, Watson no tenía conectividad con una generación de jugadores de otra era distinta de la suya, y ser una leyenda...

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