Rusalka: una propuesta austera que no logra lucirse

Rusalka / Ópera de: Antonin Dvorák / Con: Ana María Martínez (Rusalka), Dmitry Golovnin (el príncipe), Ante Jerkunica (Vodnik), Elisabeth Canis (Jezibaba), Marina Silva (la princesa extranjera), Sebastián Sorarrain (el guardabosques), Cecilia Pastawski (el niño de la cocina) y elenco / Dirección escénica: Enrique Singer. Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón / Dirección: Julian Kuerti / Función del Gran Abono / Sala: Teatro Colón / Nuestra opinión: buena

Apenas dos años después de que Buenos Aires Lírica estrenara en el país la más célebre ópera de Dvorák, llegó el momento de poder contemplarla, ahora, en el Colón. Si en la primera oportunidad los resultados no fueron mayormente favorables, Rusalka habrá de seguir esperando por una mejor concreción porque en esta primera vez en el Colón tampoco campeó la buena fortuna. Pero con una diferencia. Si hace dos años los reparos tuvieron que ver, esencialmente, con la puesta por la cual se optó, en las antípodas de lo que Dvorák denominó "un cuento lírico de hadas", en esta ocasión las objeciones, mayormente, se remiten a un elenco que no estuvo a la altura de las circunstancias, aunque la régie, tanto en su dinámica teatral como en su dirección actoral, tampoco aportó soluciones que pudieran compensar lo que no provenía del canto.

Ana María Martínez es una soprano portorriqueña que viene llevando adelante una buena carrera y que ya ha representado el protagónico de esta ópera en escenarios tan prestigiosos como el de Glyndebourne.

Sin embargo, al menos en la primera función, denotó una llamativa falta de caudal en la primera octava y cierta anodinia expresiva, incluso en el terreno de la segunda octava. Más allá de una afinación impecable y una emisión segura, el momento más esperado, el del primer acto, cuando tiene que cantar "La canción de la luna", un aria que tiene vida propia, incluso por fuera de la ópera, pasó sin mayores emociones, con cierta sensación de deber cumplido y no más que eso.

Pero, además, y en esto, quizá, debería asumir Enrique Singer la responsabilidad que le compete como director de escena, se repitió en una gestualidad absolutamente previsible y reiterada cuando no con cierta exageración y alguna espasticidad incomprensible y sobreactuada cuando, desprovista de la voz, en el segundo acto, la pobre ondina acuática devenida en criatura humana no alcanza las pasiones que le reclama el...

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