Ruidos molestos en la modorra veraniega

Por favor, no hagan ruido: el soberano descansa. No quiere que nadie haga olas ni que lo perturben con tremendismos a uno y otro lado de la grieta. Sólo quiere bajar la persiana hasta el año próximo y solazarse con una siesta reparadora de Navidad que se estire a lo largo del verano y lo conduzca apaciblemente hasta marzo, y en el transcurso de la cual los problemas no sobrepasen los límites de este Nintendo entretenido donde los jueces activan causas de corrupción y los funcionarios tiemblan de miedo y de rabia. El ciudadano está preparado incluso para los saqueos más anunciados de la historia: el Gobierno ha agitado ese fantasma curándose en salud o trabajando la sensibilidad de la opinión pública para que llegado el caso los tome como una simple rutina, y tal vez incluso para luego cacarear, si no se producen, con que se abortaron gracias a su eficaz acción social. La economía, llena de parches y mamarrachos, no muestra signos de explotar en breve, la progresión inflacionaria se lentificó por gambitos y enfriamientos, y todo esto ya es decir bastante para una gestión negligente que gusta bailar rumba al borde del acantilado.

Debajo del caldo espeso, sin embargo, se agazapan hongos contaminantes. La pampa húmeda dejó de crecer, las economías regionales parecen destruidas y las industrias están seriamente lastimadas. Hay una relativa calma cambiaria, pero una carencia de inversión que preocupa y un déficit fiscal que despierta pavor. Se perdieron 500.000 puestos de trabajo, y el PBI ya registra una caída de cinco trimestres consecutivos. En la recesión de 2008, esa caída fue de sólo tres trimestres, y la actividad demoró otros seis en recuperarse.

Admitamos igualmente que se trata de un mal de larga y penosa evolución, y que a todo se adapta el argentino. Incluso a la feroz inseguridad, que produce alarma, pero también resignación e indiferencia: tenemos tantos puntazos en el cuerpo que nos pinchan con un alambre y ya casi no lo sentimos. No hablemos de asuntos más sofisticados, como la falta de transparencia, las impudicias institucionales, la instalación de una política feudal y gansteril, y otras pesadillas republicanas que sólo desvelan al treinta por ciento de la población. Porque al resto le da pereza. Sobre todo ahora que viene el calorcito.

Seamos justos: también una parte de esa inmensa mayoría silenciosa que ya se ha puesto las ojotas está más tranquila porque sabe que el año próximo habrá un recambio en el poder. El agotamiento...

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