Roma eterna y decadente

Algunos la han querido definir como una suerte de Dolce Vita de los tiempos de Berlusconi, pero en colores. El retrato de una cultura embalsamada en su elegante decadencia. O la instantánea de una Roma donde ya que es difícil ser optimista reina una especie de perezoso abandono y no cabe otra cosa que bailar, pasar el tiempo conversando banalidades, emprendiendo la conquista de una nueva (y efímera) pareja, aturdiéndose con chismes superficiales, alcohol o cocaína. También, como la imagen desoladoramente triste del final de una fiesta. Hay quienes la aplauden sin reparos, quienes han hecho mención al gran cine de los tiempos de Fellini y Antonioni y quienes la cuestionan entre otros motivos porque juzgan que su visión de la decadencia es exagerada. La cuestión es que prácticamente desde que se dio a conocer...

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