Rogerio Fasano: 'Si el cliente se siente como en su casa, el hotel es un fracaso'

Voy a la sala de fitness y spa del hotel Fasano y lo veo a Rogerio Fasano, solo, pedaleando sobre una bicicleta estática. La oscuridad del salón lo vuelve casi imperceptible, pero él está ahí, cuesta arriba. La escena se repite cuando voy a la piscina bajo un cielo de colores, cuando subo al bar a probar cócteles, cuando voy al restaurante y pido la emblemática milanesa gourmet. Rogerio forma parte de la postal Fasano, en total discreción.

El ítalo-brasileño disfruta de los espacios que él mismo creó casi como una reivindicación de lo que logró: haber revivido un apellido empolvado. "A veces, las cosas se vuelven viejas en vez de clásicas", confiesa, sentado en la terraza de su nuevo lobby. Rogerio lidera un grupo que reúne una quincena de restaurantes, trattorias y bistrós, ocho hoteles, y un noveno en construcción en Miami -apertura prevista para 2018-.

Inaugurado en 2010, el de Punta del Este es el primer Fasano fuera de Brasil, y acaba de reabrir, después de un año y medio de obra con un hotel nuevo en altura, de 10 habitaciones más invernales, que se entrelaza con el restaurante. Toda la decoración es con muebles y objetos uruguayos y se suma a los 40 bungalows ya existentes. El emprendimiento, inesperada inversión en un lugar que funciona dos meses al año, forma parte de un condominio de 480 hectáreas adquirido por la desarrolladora brasileña JHSF en Camino Eguzquiza, la vía que conecta San Carlos con La Barra, una zona que en los últimos años vio llegar grandes apuestas. El Fasano es un imán para atraer a otros clientes: aquellas familias que compran parcelas de entre 3 y 5 hectáreas -un millón de dólares sólo el terreno- y que durante todo el año gozarán de servicios hoteleros de gran calidad.

Con 52 años, Rogerio es la cuarta generación de una historia gastronómica iniciada por su bisabuelo, el milanés Vittorio. A los 20, se fue a Londres a estudiar cine y vivir la época punk. Tuvo que volver corriendo a ocuparse del negocio familiar, tras la bancarrota de su padre. Su capacidad de salir al rescate fue de lo más exitosa, y a la multiplicación de restaurantes le siguieron hoteles. Todo lo que dejó cuando abandonó Londres se ve en sus bibliotecas: libros de música, de viajes, de ciudades, de películas. Es también en esa ciudad que tanto le fascina donde le gustaría tener su único y pequeño restaurante en 10 años. Así imagina su futuro.

Dice que si el cliente se siente como en su casa, el hotel es un fracaso. "En tu casa no tenés un...

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