River, por los quilates de la jerarquía individual

JUNÍN.- Habrá que acostumbrarse a estas postales. Todo podrá dar el torneo de los 30 clubes. Equipos briosos, itinerarios impensados y ciudades agradecidas. Por estos lados, aún con la pesadumbre por la caída, se saludó con alegría el pasó de River, un campeón de todos los tiempos. Junín necesitaba su propio carnaval. Y lo tuvo. La bomba de agua del resultado (1-4) le explotó en la nariz, pero igual rió. La espuma de la alegría lo dejó ciego, aunque celebró. No quedaba otra entre las comparsas y las carrozas multicolores. Porque acá, ni tan lejos ni tan cerca de la caótica Buenos Aires, nadie durmió la siesta en un domingo de gloria. Hacía mucho que el verde esperaba un momento como éste. Y aplaudió de pie, con la ilusión del chico que le entrega las llaves de la ciudad a Rey Momo, el largo tranco de los millonarios, que ya no distinguen torneos locales e internacionales: ganan, ganan y ganan.

Un campeón juega con idéntica convicción en cualquier parte. En un encumbrado partido de la Copa Libertadores o en la fecha inaugural de un campeonato nuevo, controvertido y arriesgado. River hizo lo que tenía que hacer ante Sarmiento, un adversario impredecible, por más que Gallardo hubiera visto muchos videos. No subestimó la situación ni menospreció los nombres menos conocidos. Hizo bien. Porque Sarmiento generó peligro y varias veces merodeó con riesgo el arco de Barovero, sobrio y reconocido por los rivales.

En definitiva, cuando cada uno asumió los papeles, casi todo dependió de River. Lo bueno y lo malo. De lo primero quedó la conducción de Pity Martínez. Fue como si el N° 10 siempre hubiera llevado la camiseta millonaria, incluso cuando por encima tenía la de Huracán. El cambió pareció costarle nada: conducción, compromiso y toque certero; amago, desequilibrio y asistencia, como en el centro para Carlos Sánchez, que abrió la cuenta y desanudó el momento más complicado para el conjunto de Núñez. Había más.

No pasó demasiado hasta que el mismo Pity Martínez asistió a Cavenaghi, que, de cabeza, estiró la diferencia. Si algo bueno tuvo Sarmiento fue que nunca bajó los brazos, incluso, cuando parecía fuera del partido. Fue un tema de disfrute, como de inconsciencia, como quien camina en un piso de algodón. Todo parecía imposible contra el gigante, pero no lo fue tanto...

Héctor Cuevas tocó el cielo con las manos cuando marcó el primer gol de Sarmiento en la vuelta a la máxima...

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