La resurrección de Gabino, la historia del primer soldado 'solo conocido por Dios' que pudo ser identificado

En marzo de 2020, Elma volvió a las islas con Julio Aro, ex combatiente y responsable junto con el ex oficial británico Geoffrey Cardozo, del proyecto humanitario que permitió -al día de hoy- la identificación de 119 de los 123 soldados enterrados sin nombre

Gabino Ruiz Díaz cayó en Malvinas , en pelea frontal, con su mirada ensartada en los ojos de un inglés. Era una mañana de pavor que se consumía lenta al tronar de la artillería y del fuego aéreo. Unas cinco horas duró ese infierno. Fue el corolario de una larga noche de combate encarnizado. Al promediar la refriega, él trató de cubrir a sus compañeros que buscaban recuperar una línea de tiro, pero la cosa pasó a mayores y se definió cuerpo a cuerpo. No dudó. Fusil en mano salió del pozo y en la corrida descubrió su pecho al enemigo . Allí mismo conoció a la muerte que lo levantó al galope. Eran las praderas de Darwin. Hacía el frío áspero de los finales de mayo en las islas del Sur. Soplaban vientos de guerra.

La última vez que cenó con él, lo agasajó con un estofado de pollo y fideos verdes de espinaca. Fue el menú preferido de ambos desde cuando ella lo engendraba y tuvo repetidos antojos de ese plato que él agradecía cada vez que lo probaba.

Al otro día lo despidió con pocas palabras y abrazos rotundos, con dos besos y una larga mirada. Lo vio irse lento en ancas de un tordillo negro sin nombre por el camino apenas trazado que continúa así, ahuellado a duras penas y en eterna porfía con los tacuarales que se crían abundantes y cierran pasos.

Él se fue por donde vino aquel llamado: un caminito verde de pasto y amarillo de los arenales que abundan en los interiores de Corrientes; entrañas de lagunas y palmares, chacras y corrales que perfilan un ejido que ya entonces se llamaba Colonia Pando, 30 kilómetros adentro de la cabecera del departamento San Roque.

Cuando ella lo perdió de vista, a media mañana de aquel 10 de marzo de 1982, una punzada en el pecho le sugirió que tal vez sería la última vez que ese adolescente morocho le mostraría su espigada silueta a caballo. Subió después a un camión que lo dejó en la Estación San Roque y de allí salió para Mercedes, hasta que el 16 de abril abordó el tren que lo dejó en el Sur. Orden: Caleta Olivia. Contraorden: Río Turbio. Destino final: Malvinas .

Gabino Ruiz Díaz fue el primer "Soldado argentino sólo conocido por Dios" que fue reidentificado en Malvinas.

Gabino completó el servicio militar y fue dado de baja. Volvió. Recorría zonas de La Elisa, Rosado Grande y Colonia Pando cuando el telegrama pospuso los planes que tenía para fortalecer la chacra de su padre y enhebrar su futuro con los hilos de eso que llaman progreso.

Él tenía 19 años y hasta quizás una novia, pero no podía sostener sus certezas porque estaba yendo a la guerra. "A pegar fierro con fierro contra los ingleses", alcanzó a decirle a su madre, en dramático guaraní. Ella tenía 42, una casa grande para cobijar a su familia numerosa, un campito y algunos animales. Tenía todo, en la medida justa de sus necesidades, pero también el presentimiento agudo de que estaba perdiendo para siempre al tercero de sus ocho hijos.

Tuvieron que pasar 38 años, una guerra en Malvinas y varias otras contiendas en los territorios difusos de la política nacional y extranjera; batallas interminables contra la burocracia de todas partes y feroces combates corazón adentro para que esa mujer y ese muchacho volvieran a estar juntos. Ella como Elma Pelozo , madre malvinera que posibilitó en primera instancia la identificación de los cuerpos de los caídos y enterrados en el Cementerio de Darwin; y él como Gabino Ruiz Díaz , el primero de los 123 conscriptos argentinos en ponerle nombre propio a esas placas negras de granito, famosas en el mundo por arrullar con verba marcial lo que algunos, sin tapujos, llamaron abandono: "Soldado argentino sólo conocido por Dios" .

Su cruz sigue blanca, blanquísima, soportando erguida el viento y el frío. Sigue blanca, como las otras 240 del cementerio. A su pie la baldosa fue cambiaba. Ahora nombra al Gabino de San Roque, numerario del Grupo 2, Sección Exploraciones, del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes "General Arenales", caído en Darwin el 28 de mayo de 1982. La piedra fría le devolvió su nombre a ese soldado curtido en la siesta caliente del campo correntino, que murió adolescente en Malvinas y fue inhumado por un oficial inglés, con dignidad religiosa y militar, pero en el anonimato.

Elma Pelozo nació en Rosado Grande, segunda sección San Roque, un Día del Maestro: el 11 de septiembre de 1939. Se casó a los 17 y consiguió de ese modo la única llave que había en Corrientes, en la década del 50 del siglo pasado, para evadir el férreo control materno y obtener la venia paterna para alejarse de los cercos levantados por la familia.

A Elma siempre le gustó el baile. Cuando lo recuerda, se le escapan sonrisas continuas y dispara miradas cómplices. El baile fue para esa mujer otra forma de emancipación íntima. A sus 82 años, tiene el carácter alegre de una anciana que supo domar los muchos desboques de su destino. Y aceptar también sus muchas pérdidas.

Le gustaba el baile y aún le gusta la música. La suya suena en clave de chamamé. Escucha radio, en general una o dos estaciones de amplitud modulada que todavía tienen audiciones diarias de ritmos litoraleños y extendidos bailables los fines de semana. Como está postrada -producto de una diabetes que se cobró la fortaleza de sus piernas-, armó su agenda en función de algunos informativos y de esos programas musicales que escucha con atención en varios sectores de su casa, adonde se desplaza en su silla de ruedas. Incluso a la noche, antes de dormir, es de la radio -y no de la tele- la última voz que susurra cerca de su oído.

Antes había dos perros en su casa: Capitán y Teniente. Teniente murió y quedó sólo Capitán, hasta que llegó Rocco. Ambos son negros. Ofician de guardianes del lugar y de una docena de gallinas y algunos gallos que sacan pecho en ese patio amplio y fresco bajo la fronda de las moras y de un enorme ceibo.

Bajo esa sombra estamos, rodeados de plantas y arropados por el perfume de las flores. Es la soleada mañana del 4 de marzo de 2022 y hace un calor que asfixia. La resolana pica como el humo que aún persiste en vastas zonas de la provincia, jaqueada por los fuegos que desde principios de año consumieron más del 12 por ciento del territorio. Son cerca de las 11 y estamos a pocos metros de un descampado en el que dos años antes, exactamente, un helicóptero del Ejército aterrizó para buscar a Elma y llevarla hasta Malvinas. Fue, hasta ahora, el viaje más importante de su vida.

"Mamá Elma" la llaman sus hijos y también los que no lo son, por caso muchos excombatientes que le tributan cariño a diario. Y de su larga descendencia -fueron cinco varones y tres mujeres- siete son los que viven: dos en Buenos Aires, cuatro cerca de ella en Colonia Pando y una en San Roque pueblo. Gabino descansa en las pedregosas y heladas tierras de la isla Soledad, a pocos kilómetros de donde lo alcanzó la ráfaga mortal de los tiradores del Batallón de Paracaidistas Reales al servicio de su majestad, la reina Isabel.

A los 19, Elma dio a luz a su primera hija: Antonia. Cuando lo mataron, Gabino también tenía 19. Desde entonces Gabino es "Cambacito" , el hijo héroe. Era un joven trigueño, flaco, alto, alegre, de sapucay nítido y muy trabajador, que además cuidaba de su abuela materna, Lucía Nemesia Aguilar , con quien vivía.—Era un muchacho contento —dice Elma—. Cabezudo, pero al que nunca le agarró el mal humor.

Gabino nació el 27 de junio de 1962 y murió el 28 de mayo de...

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