Resistir, el gran proyecto de la clase media

La pirámide social en 2023

La sociedad argentina está al borde del quiebre emocional. En consecuencia, sus conductas y reacciones se tornan cada vez más difíciles de prever. De tanto castigarla, lograron arrebatarle el imaginario de futuro. "Nos robaron los sueños y los proyectos" , dicen los ciudadanos con pesar . "La Argentina me duele" , afirman, para confirmar la idea de un corpus colectivo llagado e hipersensible. Los jóvenes sostienen: "Somos la generación que no va a tener nada" .

En ese contexto, la clase media se aferra a un último gran proyecto: resistir. Y es en esa defensa final de ciertos valores que definen la idiosincrasia de la argentinidad, donde quizá se cifre la última esperanza realista sobre un devenir mejor.

La clase media en la Argentina no es solo un lugar en la pirámide social, ciertamente muy sustancioso (45% de las familias) , ni un nivel de ingresos, hoy brutalmente devaluados. Tampoco se circunscribe meramente a una tenencia de bienes específicos relevantes como podrían ser la casa propia o el auto. Ni siquiera es un set de costumbres y hábitos específicos, que, por supuesto, los tiene. O un acervo cultural, tan nítido como estable, que busca preservar defendiéndolo con ferocidad.

La clase media en la Argentina es todo esto y mucho más. Es una gran construcción simbólica, un lugar de llegada y de pertenencia. Una fuente de identidad, una aspiración, un sueño, una ilusión, una razón de ser. Una luz en la oscuridad de todos los túneles por los que ha cruzado esta sociedad golpeada y maltratada hasta el hartazgo. La clase media es, sobre todo, una historia.

Una historia en el sentido con que la ha descripto la exquisita prosa del maestro italiano Alesandro Baricco en La vía de la narración , texto recientemente editado por cuadernos Anagrama.

Dice este lúcido y muchas veces contrafáctico pensador, autor de novelas como Seda o ensayos como The Game : " Ocurre a veces que fragmentos concretos de la realidad emergen del ruido blanco del mundo y se ponen a vibrar con una intensidad particular, anómala. A veces es como un agradable aleteo. Otras veces es como una herida que no quiere cerrarse, una pregunta que espera una respuesta. Allí donde se verifica esa vibración, se genera un tipo de intensidad que, cuando perdura en el tiempo, tiende a organizarse y a convertirse en una figura dibujada en el vacío. Se podría decir que, para lograr una determinada permanencia, genera un campo magnético a su alrededor, dotado de su propia geometría. A estos campos magnéticos singulares les damos un nombre particular. Ese nombre es: historias".

La clase media argentina es, sobre todo, una vibración de esas de las que nos habla Baricco. Tiene su campo magnético propio y por eso es capaz de emanar sentido y así iluminar las opacidades y las sombras de un entorno atiborrado de amenazas, incertidumbres, temores y ansiedades.

Cuando los argentinos viven una crisis de sentido como la que están atravesando hoy, la pregunta que brota de sus entrañas ya no es siquiera "por qué" sino el mucho más inquietante "para qué" . Este tipo de replanteo existencial ya ocurrió, en un contexto muy diferente, en la crisis de 2001/2002. Tanto en ese entonces como en la actualidad, la defensa de la identidad de clase media se transforma en la última línea de resistencia a la que se aferra la sociedad para no quebrarse definitivamente.

Por eso, a pesar de sentir que les robaron los proyectos, que no pueden articular un imaginario de futuro, que el mundo les queda cada vez más lejos, que no pueden ahorrar, que los obligaron a vivir día a día, y que el miedo a veces los paraliza, los ciudadanos mantienen como pueden algunos consumos arquetípicos de clase media que los hacen experimentar la resiliencia, esa capacidad de adaptación necesaria para enfrentar la adversidad y sobrevivir.

En un contexto opresivo y atemorizante, se sostienen el cine, el teatro, los recitales, los bares, los cafés, las cadenas de fast food, los restaurantes, las parrillas, las pizzerías, las peluquerías, las salidas familiares de fin de semana, (aunque en muchos casos deban ser austeras), los picnics en los parques de la ciudad o al costado de las autopistas y las reuniones de amigos "a la romana", donde cada uno trae algo, lo que se pueda, sin prejuicios vergonzantes ni pretensiones extemporáneas. Si no hay Coca Cola o Pepsi, puede haber Manaos, Secco o Cunnington. Y si no, será jugo en polvo o agua de la canilla. Vino, cerveza o fernet, de marcas preferidas o alternativas. En estas instancias ya no hay espacio ni margen alguno para las sutilezas. Lo importante pasa por otro lado.

Los economistas que consulta el Banco Central proyectan que la inflación anual será de 126% en 2023 y que en los próximos 12 meses la situación resultará aun peor: sería 142% acumulado. No solo los precios continuarían subiendo, sino que la economía comenzaría a caer. Se prevé una contracción del 3% para este año. Hay escenarios más pesimistas que visualizan un descenso cercano al 4 o 5%.

En el límite, como se sienten ahora, los argentinos se refugian en el espíritu gregario. Como los equipos de fútbol cuando cantan el himno, se abrazan unos con otros para contagiarse la energía que, son conscientes, resultará imprescindible. En ese acto real, y particularmente en el gesto figurativo, mucho más extenso y expandido, es donde se forja la resistencia. Experimentados, se disponen a enfrentar las vicisitudes por venir. Saben de qué se trata. Ya pasaron por ahí.

Un lugar de pertenencia

En numerosas ocasiones, el sector social...

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