René Lavand: el gran maestro del engaño y la ilusión

A René Lavand le gustaba decir que vivía "amparado en la sutil mentira del arte". Su materia era el engaño, la trampa. Su misión, la de hacernos creer que detrás de todos esos actos imposibles ejecutados con la paciencia de un monje sólo hay verdad.

Una verdad que a lo largo de los años alcanzó la perfección. Construida, dicha y mostrada frente a nuestros ojos asombrados, con palabras y silencios. Y por sobre todo con las proezas insuperables de una mano izquierda, esa que despliega sobre un paño verde con cuidada y parsimoniosa destreza las barajas de un mazo de naipes. Cuando el truco se nos revela y a nosotros no nos queda más que aplaudir frente a la maravilla de lo inexpicable, el hombre del corbatín y los ojos acuosos repite luego de otra pausa calculada su mantra de toda la vida: "No se puede hacer más lento".

Hasta allí llegaba la búsqueda estéril de alguna explicación. No tenía sentido hacerlo. Lavand (nacido el 24 de septiembre de 1928 en Buenos Aires como Héctor René Lavandera) dijo en 2011, durante una extraordinaria charla con Alejandro Cruz publicada en estas páginas, que su talento incomparable para el ilusionismo lo aprendió de "los grandes que se fueron". Pero no hablaba de los grandes de su especialidad (la magia con cartas y objetos pequeños, también conocida como close up) sino de Bach, Beethoven, Vivaldi, Mozart, los artistas que cada tarde lo acompañaban desde el equipo de música mientras ensayaba y preparaba sus trucos en el laboratorio que tenía frente al parque de su casa de Tandil, entre recuerdos de toda una vida y llamativas colecciones de sombreros y paraguas. Lavand se enorgullecía de esa casa, en la que podían verse desde unas 500 especies vegetales hasta un vagón de madera de tren antiguo, cuidadas con esmero por el artista y su última compañera, Nora Gómez. La sentía como otra de sus grandes creaciones.

Lavand murió ayer en una clínica de esa ciudad bonaerense, luego de una breve internación. Tenía 86 años y seguía activo, empeñado hasta el final en perfeccionar su arte frente a todas las adversidades, como la artrosis que afectaba cada vez más los movimientos de su única mano, la izquierda, y lo obligaba a ejercicios permanentes de rehabilitación. Así se lo puede ver en El gran simulador (2013), un extraordinario documental de Néstor Frenkel que es la puerta ideal para ingresar en la vida y en la obra de un artista único, el único capaz de desarrollar con una sola mano (había perdido la derecha en un...

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