El último refugio de la charla y la amistad

En Buenos Aires, pocas frases pueden tener significados tan amplios y decisivos como "vamos a tomar un café". Entre esas palabras caben todos los mundos posibles: una oferta de trabajo o un despido, una reconciliación o un divorcio, una charla necesaria o un encuentro irrelevante, una noticia para dar con anestesia o una cita impostergable. Cualquier alternativa es posible cuando alguien propone compartir un rato delante de un pocillo que humea sin parar.De todos los lugares que proporciona la ciudad, el porteño sólo se encuentra de veras a sus anchas en ese espacio que representa una zona íntima pero pública, cercana y distante a la vez, donde la exposición no compromete la calidez y el ajetreo urbano se observa como una película sobre la que siempre conviene reflexionar. La salud de la ciudad se mide por su diversidad, desarrollo y crecimiento, pero su pulso se mide por la vida que late en sus cafés.La identidad de los porteños se juega en esos escenarios, tan representativos de la ciudad como el Obelisco, la pasión futbolera o los milagros tangueros de Gardel. En una sociedad que confía su destino a la conversación (con el amigo, con el pariente, con el psicoanalista), el café constituye un templo profano de donde surgen romances, peleas históricas, debates intelectuales y hasta plataformas políticas.Otras...

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