En la era de las redes sociales, todos son artistas y espectadores

El sueño de las vanguardias históricas de reconciliar el arte con la vida se produjo tarde y con la colaboración invalorable de una tecnología impensada en su momento: Internet. Es claro que, en la contemporaneidad, la vieja distinción entre artistas y espectadores, que parecía entonces tan clara, se ha vuelto problemática y borrosa. Todos somos espectadores y, en cierto modo, todos somos artistas, y lo somos principalmente por el modo en que decidimos mostrarnos y exhibirnos en las redes sociales. El diseño lo ha ocupado todo y los individuos se han vuelto obras de arte producidas por ellos mismos. La distinción entre público y privado se torna también un expediente irrelevante.

En el libro Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea, que acaba de publicar en la Argentina Caja Negra Editora, el crítico Boris Groys hace esta constatación sin rodeos: hoy en día hay más gente interesada en producir imágenes que en mirarlas. Esta nueva situación –la inversión entre las magnitudes y proporciones de producción y recepción– se presenta enigmática. El artista Joseph Beuys había asegurado que todo ser humano era un artista. Realizada, esa pretensión un poco utópica encierra una pregunta: la de si todo es arte, si incluso nosotros mismos lo somos y el arte se desprofesionaliza, cuál es el que lugar que queda para el arte tal como lo conocíamos.

"Hay todavía un lugar para el arte profesional –dice Groys a LA NACION–. Existen instituciones y un mercado de arte que les ofrecen a los artistas la posibilidad de vivir de lo que hacen. Sin embargo, se volvió ahora muy fácil sacar fotos y realizar videos, y ponerlos a disposición de una audiencia global. Lo mismo vale para los textos literarios: cualquiera puede subirlos a Internet. No hace falta ni una preparación profesional ni una posición institucional. Lo que podría decir entonces es que el arte profesional sobrevive, pero su importancia y su relevancia social disminuyen. Los artistas profesionales producen actualmente una mínima parte de las imágenes y los textos que circulan. Es claro que algunas obras de arte se venden por muchísimo dinero en subastas y ferias, pero este negocio no afecta realmente a la cultura. Es sólo un puñado de gente rica."

Las discusiones de Groys no son solamente estéticas; es más: propone desarrollar una especie de "antiestética" e incluso prescindir sin más de esa palabra y sustituirla por "poética" no en un sentido normativo, sino etimológico...

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