'Queremos la pena máxima', pidió el padre de un chico con síndrome de Down abusado

No busca revancha, sólo justicia. Sabe que deberá transitar un camino que es largo, que va más allá del juicio que comenzó ayer en los Tribunales de San Isidro, pero está convencido de que tiene las pruebas necesarias para que el acusado de haber abusado sexualmente de su hijo Ramiro, que tiene síndrome de Down, sea condenado.

"Queremos la máxima pena que contempla el Código Penal para este delito, que son 20 años de cárcel. Pero sabemos que el daño que le hicieron a mi hijo es para toda la vida", dijo a LA NACION Diego Hernández, docente de 40 años y padre de la víctima.

El debate oral y público contra el kinesiólogo Pablo Torres, acusado de abuso sexual agravado, está a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N° 3 de San Isidro, que preside el juez Marcelo García Helguera e integran sus colegas Verónica Di Tomasso y Raúl Luchelli Ramos. El Ministerio Público Fiscal está representado por José Ignacio Amallo.

Los hechos por los que está acusado el kinesiólogo Torres, según el expediente judicial, ocurrieron el 31 de octubre de 2013. Hacía poco más de dos meses que Ramiro había festejado sus tres años y volvía a atenderse en un centro terapéutico de San Fernando después de haber sido operado de una cardiopatía congénita.

"Un mes antes del abuso, Torres nos informó que Ramiro debía entrar solo al consultorio. Accedimos, pero pedimos como condición que cuidara a nuestro hijo y que la puerta estuviera abierta mientras durara la sesión de kinesiología", recordó Hernández horas antes de que empezara el juicio.

Pero ese fatídico 31 octubre de 2013, antes de comenzar la sesión de kinesiología, le comunicaron a Natalia, la madre de Ramiro, que debían cambiar de consultorio. "Torres le explicó que como iba a hacer otro tipo de terapia lo iba a llevar a otro lugar; ahí fue donde le tapó la boca a mi hijo y abusó de él", afirmó Hernández.

El niño salió del consultorio llorando. El abuso sexual fue descubierto por la madre de Ramiro cuando llegaron a su casa de Victoria, en San Fernando, y le cambió el pañal. "Encontró un vello púbico y al revisarle la cola le descubrió lastimaduras", recordó, con entereza, el docente.

Esa noche, Hernández regresó a su casa desde Moreno, su lugar de trabajo en una escuela de oficio, a las 20.30. En el recibimiento que le dio su hijo advirtió que algo había pasado. No lo saludó con efusividad, como hacía siempre. Natalia le explicó lo que había pasado. Él lo volvió a revisar y, según sus palabras, descubrió una...

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