Las puertitas del señor Alberto

Alberto Fernández, entre la realidad y la ficción

Cada día hábil, una orquesta de instrumentos metálicos despertaba a los vecinos de la cuadra. Eran cajones de vino que, literalmente, volaban desde las manos del camionero a las de Ruben , el dueño del almacén. Eso ocurría entre las 6 y las 7 porque, en aquella barriada de inmigrantes, promediando los años 60, los comercios abrían a las 8.30 como muy tarde .

Para las 6, ya hacía dos horas que la panadería de doña Chenta -vaya a saberse cuál era su verdadero nombre- había empezado a hornear las delicias del día, entre ellas, unas figazas de manteca que, en mi caso, recibía diariamente a través de un agujero en el alambrado que comunicaba el gallinero de los fondos de mi casa con la sala de amasado del pan de la vecina. Nunca supe cómo se había producido ese acceso tan indiscreto para que pasara la mano de una niña sin que se hiciera un solo rasguño a la hora de recibir puntualmente esos bollitos tibios antes de que llegara el micro para ir a la escuela. Sí supe más tarde que había sido hecho adrede.

A 200 metros estaba la "carbonería", un comercio que no tardó en extinguirse, donde se conseguía desde querosén, maderitas, papas, cebollas, aceite de oliva de aquella época -tan perfumado y denso que si caía una gota al piso quedaba una marca poco menos que indeleble- y, por supuesto, carbón.

¿Qué puerta estará atravesando Alberto para que su mundo no coincida con la realidad?

Un poco más lejos quedaba el corralón donde, cada 15 días, íbamos mi madre y yo con el changuito cargado de revistas y diarios viejos para venderlos como papel. En el tocadiscos sonaban en amable convivencia Mercedes Sosa, Aretha Franklin, Palito Ortega, María Elena Walsh, Luigi Tenco y los Beatles . El barrio era Lanús Oeste . El presidente, Arturo Umberto Illia .

Los recuerdos se anclan a veces en escenas aparentemente anodinas. Es probable que usted mismo, querido lector, recuerde ahora cosas de su infancia sin que yo se lo pida. Y no por esa cuestión de que todo pasado haya sido mejor, ¡qué va! A Illia le siguieron Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, Juan e Isabel Perón y otros siete años de gobiernos militares hasta llegar a Alfonsín y su celebración republicana recitándonos el Preámbulo de la Constitución nacional.

Después vino el pacto entre Menem y Alfonsín para reformarla, crear nuevos institutos y ampliar derechos, entre otras cuestiones como el tercer senador que le garantizaba porotos al radicalismo...

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