El pueblo en la calle exorcizó a la muerte

Algo quedó claro tras las multitudinarias marchas del miércoles: ninguna muerte política es tan poca cosa en la democracia argentina como para mirar para otro lado y seguir de largo como si no hubiese pasado nada. Mucho menos para tratar de imponer festicholas forzadas con el fin de disimular el hedor moral por un cadáver al que las máximas autoridades del Estado pretenden ignorar.

Funcionarios y medios adictos se pusieron de acuerdo para echarles Flit a los preparativos de la marcha del 18-F: se prontuarió a los fiscales organizadores, se agitó la bandera del "golpe blando", el secretario de Seguridad, Sergio Berni, salió a asustar con que podía "haber provocaciones" y hasta la agencia Télam amenazó con granizo para la tarde en que se llovió todo y las calles igual se llenaron de millares de paraguas.

Al final no hubo granizo, ni provocaciones, ni "golpe blando", pero sí mucha -muchísima- gente, aunque quizá no tanta para la consideración de Página 12, que el miércoles en su portada online se empecinó en mantener en primer plano el acto matutino de la Presidenta que inauguraba por tercera vez la central nuclear de Atucha. Peor fue el resentido título principal de su edición papel del día siguiente ("Bajo el paraguas de la muerte") y las malhumoradas consideraciones de sus columnistas apabullados por la incómoda evidencia del pueblo en las calles.

En efecto, si la indiferencia social hubiese sobrevenido a la muerte aún dudosa del fiscal Alberto Nisman, si la sociedad compraba a libro cerrado las cantilenas oficialistas del "golpe blando" y su aversión a las multitudes ajenas, y no se hubiese movilizado masivamente en las principales ciudades del país, a pesar de las inclemencias climáticas, el sistema democrático habría sido herido de gravedad.

Ya lo explican los psicoanalistas: los duelos que no se hacen a tiempo y se niegan, reaparecen tarde o temprano con manifestaciones más patológicas e irreversibles. Por suerte, la Argentina pudo hacer su duelo y resignificar así la muerte de Nisman, más allá de la consideración que se tenga o no de su trabajo. Una catarsis que la sociedad se vio obligada a expresar multitudinariamente porque el Estado se negó a hacerlo en su representación y no le quedó otra escapatoria que la eclosión callejera. Fue como un cable a tierra que evitó que se terminara por quemar toda la instalación.

No es la primera vez que sucede. Cada vez que, desde la restauración de la democracia en 1983, la Argentina sufrió la...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR