De pronto, el infierno

Ese día empezó a arruinarse hacia las dos de la tarde, cuando Barclays salió de su casa, celebró el buen tiempo de marzo, se dispuso a entrar en su camioneta y de pronto advirtió que alguien había estacionado indebidamente frente a su casa. Era un auto eléctrico negro. Estaba encendido. Su conductora, una mujer de mediana edad, también parecía encendida: hablaba con gestos exasperados en su teléfono móvil, como si estuviera discutiendo con alguien.

A unos pasos del auto mal estacionado se encontraba el jardinero de los Barclays, un joven salvadoreño, tratando de barrer las hojas que el auto eléctrico le impedía barrer, procurando recortar la hierba que el auto le impedía recortar. Por eso Barclays le pidió al jardinero que le dijera a la señora que debía mover su vehículo. El jardinero habló con la mujer de gestos enardecidos. De inmediato volvió donde Barclays y le dijo:

-Dice la señora que no se va a mover.

Sorprendido, Barclays, que había dormido bien, que se sentía espléndido, que no tenía ganas de discutir con nadie, se acercó al auto eléctrico negro, tocó delicadamente la ventanilla y le dijo a la señora eléctrica, que seguía hablando de un modo vehemente en el celular:

-No quiero ser pesado, perdona por interrumpirte, pero te ruego que muevas tu auto.

Entonces Barclays comprendió que estaba frente a una mujer peligrosa, de cuidado, una criatura irritada o amargada que acaso era siempre así, o que estaba teniendo un mal día:

-No me voy a mover -dijo ella-. Estoy estacionada en la calle. Y la calle es pública, no sé si sabés.

Sorprendido por la agresividad de la mujer, que hablaba con acento argentino, Barclays comprendió que debía ser delicado, pues no quería escalar la confrontación.

-El problema es que el jardinero no puede barrer si estás acá, en la puerta de mi casa -le dijo-. Te ruego que muevas tu auto para que él pueda trabajar tranquilo.

-¿Quién te creés que sos? -se excitó todavía más la mujer, levantando la voz-. Primero me mandás al jardinero a decirme que me mueva, re mala onda. Y ahora venís a decirme que la calle es tuya. La calle no es tuya, ¿entendés? La calle es pública. Y si yo decido estacionar acá, es mi problema, no es tu problema.

Barclays se asustó por la mala energía que despedía la señora.

-Qué ironía -pensó-. Yo que amo a las argentinas, y viene una argentina a discutirme a gritos en la puerta de mi casa.

-No pasa nada -le dijo-. Pero estás mal estacionada. Estás estacionada en plena calle y estás bloqueando...

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