El progreso en un futuro sin porvenir

Un futuro sin porvenir

Aunque atravesó dos guerras mundiales y centenares de catástrofes, en el último siglo la humanidad realizó el mayor avance de su historia. A pesar de esa evidencia, el hombre abandonó la exaltante idea de progreso y perdió su esperanza en el futuro . Se podría pensar que, en el momento en que aborda el período más promisorio de su existencia, ha perdido su brújula y es incapaz de proyectarse hacia el destino que la aguarda.

Las generaciones que nacieron en el siglo XX crecieron nutridas por los relatos de Julio Verne , los sueños que estimulaban los descubrimientos científicos o tecnológicos o incluso la imagen que proyectaban los héroes de ficción. Todos se educaron imaginando cómo sería el año 2000, los viajes a la Luna, las pastillas de alimentos, la conquista espacial, el encuentro con los extraterrestres, los automóviles sin conductor -incluso capaces de volar entre los edificios por grandes avenidas virtuales-, la educación escolar a través de electrodos sobre el cráneo y la comunicación por telepatía. Esas predicciones, acompañadas por imágenes hiperrealistas, se revelaron inexactas, pero permitieron representar el futuro para anticipar cómo sería la aventura del mundo que nos esperaba a la vuelta del siglo. Negociar la transición del presente al futuro no era una simple rutina cronológica porque, en el imaginario colectivo que acompaña al mundo desde la penumbra de la historia, el año 2000 no solo representaba un salto de centuria, sino también un cambio de milenio, acontecimiento excepcional que prometía ser trascendente.

Tal vez porque el mundo moderno aprendió a tutearse con la tecnología de punta y cada día se produce un nuevo descubrimiento científico deslumbrante, la forma colectiva de concebir el futuro cambió radicalmente en poco tiempo al punto de que incluso transformó la noción de progreso, que acompaña al hombre desde hace tres siglos. Ese concepto, que atesoraba las ilusiones que reservaba el devenir, era tan importante que, hasta los siglos XVIII y parte del XIX, los pensadores escribían la palabra Progreso respetuosamente con mayúscula. La noción, motriz de la Modernidad, fue tan fuerte que condicionó la evolución de las ciencias y el pensamiento casi hasta nuestros días. Pero las sociedades modernas -por lo menos en Occidente- parecen empeñadas en ignorar las enseñanzas de la filosofía de la historia y solo se deslumbran por el presente, como si el futuro hubiera desaparecido de nuestras...

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