El que progresa será siempre culpable

La pérfida historia de los dos príncipes hermanos merecería una película en blanco y negro. O una adenda en Momentos estelares de la humanidad, aunque Stefan Zweig la habría dotado de lúcidos apuntes biográficos y de implacables observaciones psicológicas. Como no hay líneas suficientes en esta página y la actualidad apremia, nos limitaremos a una apretada sinopsis. En un tiempo indeterminado y bajo un reino peculiar, un monarca lega a dos de sus hijos la gobernanza de dos ciudades vecinas. El rey está harto de sus peleas y rivalidades, necesita separarlos, y además quiere foguearlos para decidir quién cargará finalmente con la corona cuando él muera. Los príncipes se instalan en ciudades equivalentes y cercanas, y comienzan a administrarlas según su leal saber y entender. Poseen personalidades antagónicas. El primero es carismático y adicto al fervor de su pueblo: tiende por lo tanto al histrionismo y a decir lo que la plebe prefiere escuchar (aunque sea mentira), reparte de inmediato lo que no tiene, le encanta otorgar personalmente dádivas y favores, afloja las horas laborales para el ocio de la gente, suaviza el servicio de justicia para que no lo consideren demasiado severo, tolera que infrinjan las normas para no sembrar más desdichas, sanciona a los brillantes porque le parecen ofensivos para los mediocres, y crea por lo tanto un sistema económico opaco. Su hermano es un hombre más gris y menos locuaz, muy apegado a la ley y a premiar el esfuerzo y el ahorro, implacable con quienes no pagan los impuestos y transgreden las reglas de convivencia, tacaño con el uso del erario, sumamente exigente y creador perpetuo de fondos para épocas de vacas flacas. Y, sobre todo, celebrante de los emprendimientos exitosos y del talento individual. La sociedad no lo adora, ni mucho menos. Pero lo respeta. Sobre todo porque, de vez en cuando, los paisanos viajan por negocios o hacen turismo en la ciudad aledaña, y comprueban in situ su progresiva decadencia: el contraste les hace valorar entonces el sacrificio y la consecuente prosperidad que campea en su propio terruño.

Cada tanto, el príncipe carismático acude al rey para solicitarle auxilio financiero y para quejarse de la ciudad asignada. Empieza a convencerse de que su padre le ha entregado a su detestable hermano una ciudad con mejores condiciones naturales, algo que obviamente es falso. Hacia adentro, el príncipe expansivo comienza a sembrar entre los súbditos la venenosa idea de que sus...

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