Cómo ser progre sin ser un tonto o un miserable

Si a los argentinos nos dan un tiempito quizá logremos también destruir España: ya hemos conseguido, por lo pronto, filtrar en su gobierno a incontables idólatras de Perón y Evita. Como en las películas de suspenso, me permito un flashback: estamos ahora en un patio andaluz y habla un filósofo desgarbado y brillante que alguna vez tuvo sus quince minutos de fama en la Argentina. El coloquio sucede hace exactamente dos años, está comandado por Arturo Pérez-Reverte y desborda de público en el auditorio de un edificio espléndido al que se accede cruzando esa luminosa plaza central donde hace siglos ejecutaban a los reos condenados a muerte, y bordeando el Ayuntamiento de Sevilla.A mediados del 1500, esta casa de la cultura era un palacio de justicia. De hecho, allí mismo juzgaron y sentenciaron a quince años de reclusión a un recaudador de impuestos llamado Cervantes, que fue a dar con sus huesos a la Prisión Real, ubicada también muy cerca; en sus mazmorras engendró el Quijote. Bueno es destacar, en épocas de encierro, que aquel triste trámite jurídico se transformó en el confinamiento más provechoso de la historia universal. El filósofo que ahora deslumbra a la gente con su lucidez es Antonio Escohotado, un librepensador que se hizo célebre en Buenos Aires gracias a sus teorías sobre la marihuana: un juez llamado Oyarbide pidió alguna vez su captura internacional. En nuestra pobre memoria pública, Escohotado quedó fijado desde entonces como una figura mediática; la realidad es muy distinta: se trata de un erudito sólido y respetado, con una obra ensayística asombrosa; un peso pesado del pensamiento español. Antes de su alocución, un sevillano de a pie pregunta con buen tino: "¿Qué hicieron bien los ingleses para parir Canadá y qué hicieron mal los españoles para parir la Argentina?". Nadie sabe qué responder. Escohotado toma por fin la palabra y dice que existen dos socialismos: el democrático, que afortunadamente es liberal, y el otro, que es mesiánico. Les sorprende a los españoles -cuyos progresismos han sido tradicionalmente cosmopolitas- lo que en América Latina es una constante: el vínculo incestuoso y nefasto del nacionalismo con la izquierda. Asevera el filósofo que el populismo tiene hoy el camino asfaltado: es tan fácil gestionar la frustración, tomar el rencor y redirigirlo, calmar el sentimiento de agravio dándole un enemigo de carne y hueso que sea la razón de todos los males; ideas simplificadoras que prosperan con rapidez...

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