La profecía autocumplida de Los expedientes X

Para quienes estaban clavados delante de la pantalla en la medianoche del último lunes, atónitos frente a la escena final de esta minitemporada de los X Files, el ataque de furia que causó su final abierto -panorámico y novelero- no estaba exento de cierto cariño nostálgico.

Así era seguir la serie. Es que, para bien o para mal, este regreso demostró todas las fortalezas y debilidades del ciclo creado por Chris Carter en 1993. Su capacidad de transmitir a través del humor y el absurdo lo complejo y solitario de la experiencia humana (como en "Mulder y Scully Meet the Were-Monster", la joyita de esta décima temporada), de reflexionar provocadoramente sobre las vinculaciones entre ciencia, política y capitalismo (en la despareja "Founder's Mutation") y continuar delineando matices de una de las grandes relaciones de la historia de la pantalla (el reencuentro entre los agentes tras su separación personal y profesional en "My Struggle"), también está lo otro. Los diálogos imposibles, las deducciones improbables, la vuelta de tuerca efectista a falta de...

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