La posesión de la orfandad

La historia de Úrsula forma parte de la Legenda Áurea, un verdadero best seller medieval, lleno de parábolas, milagros y etimologías fantásticas que compiló hacia 1250 el genovés Jacobus da Voragine. Allí, Úrsula -hija primogénita y heredera del rey de Cornwallis- recibe de improviso una indeseada propuesta de matrimonio. Aetherius, el pretendiente, es poderoso y el padre vacila. Úrsula protesta, ruega, se enfurece. Un ángel se le aparece en un sueño y le sugiere una estrategia para postergar (y, acaso, evitar) los esponsales: que pida al pretendiente barcos, 11 mil vírgenes y tres años para hacer una peregrinación a Roma. El pretendiente acepta. Úrsula junta naves, provisiones y, una vez que tiene con ella a las mujeres, pone en marcha el cortejo de barcos, remonta el Rin, hace escala en Colonia, Bingen, Basel, cruza los Alpes con las vírgenes a pie, se hace bautizar en Roma y emprende el viaje de regreso. Al entrar por segunda vez a Colonia, la interceptan las huestes del bárbaro Atila. Ese día, la masacre se adueña del paisaje: mueren todas.

Quizá valga la pena aclarar que, en mi relato, las mujeres que acompañan a Úrsula no son vírgenes. Tampoco son once mil, apenas once. Cada una trae su pequeño cargamento de horror y de culpa, de afrenta pasada y de temor futuro, de ambición y decepción estética, amorosa y política, y se lo entrega a Úrsula para que ella teja con eso algo parecido a un signo. Quién sabe: si logran persistir en el desorden y tolerar su propia noche, tal vez puedan poseer (no padecer) la orfandad...

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