Plegarias desatendidas

Un colega me dice que la extensa tradición del duelo ha tendido a declinar en los últimos años. De acuerdo con su visión, que algo le debe a la escuela freudiana, las personas tienden hoy a tomar distancia de las situaciones de dolor, pues están más dadas al disfrute y el hedonismo aunque esa celebración del placer sea algo engañosa; ese distanciamiento, que puede entenderse como una pulsión de vida, es un modo de no enfrentar la idea atroz, salvo para los hombres de fe, de que nos vamos a morir.

Conversamos acerca de las tensiones entre la vida y la muerte en medio de la atmósfera de pesar que en todos ha impuesto la desaparición del submarino que navegaba las aguas del Atlántico Sur. Somos ambos periodistas, de manera que prontamente reflexionamos sobre el impacto que esa noticia ha tenido en los medios de prensa. Todos los manuales del oficio enseñan que en situaciones de esta naturaleza debe imponerse la cautela; el dolor de los familiares, demasiado hondo como para que sea desatendido, exige respeto y decoro. Deben erradicarse la estridencia, el apresuramiento, la sensiblería hueca.

Todos nos sentimos irremediablemente un poco banales aun en nuestra vida cotidiana, cuando nos distraemos del dolor colectivo metiéndonos con sucesos triviales que en otras condiciones no nos provocarían incomodidad ni culpa. La vida debe continuar, desde luego, como continúa para los deudos cuando ha muerto un ser querido; no obstante, a menudo, y sobre todo entre las personas de generaciones mayores, esos tempranos gestos de vitalidad se parecen a las primeras tentativas de conquista después del duelo que sigue a la ruptura de un gran amor: el impulso de reencontrarnos con esos primeros signos vitales se entremezcla con un sentimiento de desasosiego.

En tiempos antiguos era frecuente que el luto, de seguro visible en los atuendos negros o grises, se extendiera al interior de la casa donde había vivido el difunto. Nadie se atrevía a jugar una broma durante las comidas, y menos aun se permitía escuchar música, a menos que se tratase de música clásica, de tal manera que su atmósfera de manso ensimismamiento acompañase el sentimiento íntimo de recogimiento.

La súbita desaparición de los 44 navegantes sumió al país en un estado de desazón. El signo de la tragedia -si no ha habido negligencia, algo que deberá determinar la Justicia- exigió de los medios periodísticos una prudencia que en muchos casos fue atendida, aunque también aparecieron aquí y allá escenas...

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